Cada vez que viajo en tus ojos

siento que me subo en una alfombra mágica,

me eleva una nube rosa

luego otra violeta

y giro en tus ojos, amor mío,

giro… como la tierra.

NIZAR QABBANI

 

El viaje, iniciado al alba, nos lleva después de casi mil kilómetros, a una localidad situada en el corazón del Riff, a la sorprendente y lejana Melilla.

Viajamos un grupo, como invitados  a uno de los acontecimientos más extraordinarios a los que he podido asistir: una boda marroquí. El afortunado joven astorgano, había encontrado allí, en el sur, a su  amor.

Y nos invitaba a participar.

Melilla  es una ciudad acogedora con palmeras y viento, sorprende al viajero por su luz, el trazado  amplio de sus calles en la zona nueva y, sobre todo, por los cientos de edificios modernistas que atesora.

Bañada por el Mediterráneo, en la costa septentrional del continente africano, la ciudad cuenta con 87.076 habitantes y con algo muy importante: la tasa de natalidad más alta de España. Habitantes de distintas culturas y religiones que conviven desde tiempo inmemorial en armonía: musulmanes rifeños, judíos, indios, romanís, marroquíes  y melillenses trabajan y conviven en paz.

Una guía de excepción dirigía el grupo, contaba  con dos cualidades fundamentales: ser “fan” destacada, y un dinamismo y capacidad organizativa a prueba de extenuación.

Así que ese primer día, tomamos un exquisito y nutritivo  desayuno invitados por los novios.

Callejeamos después, admirando los edificios y  jardines que embellecen la  localidad, construida con racionalidad militar y enriquecida por la delicada singularidad del modernismo.

A ella, a Melilla, arribaron en el siglo XIX arquitectos e ingenieros discípulos de Gaudí que contaron con el apoyo de los melillenses y el empuje económico de la colonia judía. En uno de estos paseos preguntando por el inmueble construido por Eugenio Nieto i Nieto para la poderosa familia judía Melul, nos encontramos delante de la casa con un hombre que nos aseguró que había trabajado durante toda su vida para los que moraban en esa vivienda; nuestras preguntas le emocionaron: “ellos los que lo mandaron construir y sus descendientes tuvieron que irse, nos dijo, pero el edificio sigue en pie.”. Y yo guardo las llaves, concluyó bajando la voz. Algún día regresaran.

Los novios, no pudieron acompañarnos, preparaban los últimos detalles de la celebración.

El segundo día la cicerone del grupo, y madre del novio, nos sorprende con un programa extravagante: visitar el cementerio melillense. Allí en el camposanto cristiano, otro guía nos mantuvo boquiabiertos durante más de 2 horas. Tranquila, pausadamente, nos fue explicando la historia de esta ciudad  a la que los fenicios llamaron Rusadir, nombre que mantuvieron los romanos. Una historia singular la de este enclave español en el norte de Marruecos. Su  importancia estratégica y los conflictos históricos han ido configurando su piel. Un territorio de 12 km2 que el 1 de enero de 1860, atendiendo al tratado de Paz ratificado en Tánger,  señaló la bala del cañón “Caminante”.

 Allí en ese cementerio, está enterrado un soldado llamado Benito, que hace milagros, por eso, su tumba, está llena de flores y ofrendas. Otros mausoleos cincelados primorosamente, pertenecen a niños; a su lado  generales, capitanes, cabos y  soldados, muertos en actos heroicos o en la batalla, que conviven con melillenses de pro y con otros que desde su reposo nos van contando que pasó y porqué. Dentro, un recinto especial para los legionarios y anexo, no visitable, el cementerio judío. Durante todo el recorrido un gatito “azúcar y canela”  nos iba guiando.

Un joven y guapo militar, reparaba con delicadeza y primor los nombres de quienes reposaban allí, para que no se olviden, borradas por el tiempo, sus hazañas.

Después la playa y la plaza de toros, restaurada y en activo.

La mañana de junio del tercer día amaneció  clara y ventosa, la cita, temprana,  con el Rabino para visitar el barrio judío y la sinagoga Or- Zoruah.

Poco queda del antiguo poderío de la comunidad judía, nada de las tres sinagogas que jalonaban el barrio. La Sinagoga Or- Zoruah, de estilo neo árabe en su decoración exterior, acoge a los fieles para sus rezos diarios; está iluminada por cientos de lámparas de distintos tamaños, belleza y valor,  que hacen alusión a los que se han ido, y a que su luz, sigue iluminando a los que aún están en el camino.

Eso nos cuenta el Rabino. Nos habla, también,  de sus costumbres mantenidas a lo largo de siglos y sostenidas por una fe inquebrantable que no admite dudas ni controversias.

Nos faltaba conocer Melilla la Vieja o el “El Pueblo”, un recinto fortificado que comenzó a construirse en el siglo XV. Los museos, gratuitos, atendidos por guías excepcionales que les gusta la historia y su ciudad, resultaron sumamente interesantes. Especialmente el Museo Histórico Militar, donde se pueden admirar utensilios médicos de todo tipo; desde antiguos fonendoscopios, hasta material de curas o instrumentos de uso ginecológico.

La estancia en el territorio del novio tocaba a su fin.

Nos íbamos a Nador, ciudad marroquí  fundada por los españoles en 1908 para comenzar la explotación de los yacimientos mineros de Uixán (Compañía Española de Minas del Rif S.A.). Esta actividad minera trajo consigo un aumento notable de población, y en la década de 1920 las autoridades del  Protectorado Español en Marruecos planificaron la ciudad con calles espaciosas y un diseño ortogonal.

Actualmente es la capital de una región en pleno desarrollo agrícola e industrial y cuenta con un puerto importante, el Nador Beni-Enzar, que es la salida natural del Marruecos oriental. Además, Nador es conocida por sus minas de plomo y hierro que se encuentran en los alrededores de la ciudad. La impresionante laguna “La Sebkha de Bou Areg” -la Mar Chica- se encuentra separada del Mediterráneo por una franja de tierra. En su entorno de gran valor ecológico, se pueden observar especies autóctonas tanto de flora como de fauna.

Hoy, recorrer Nador, es pasar en unos minutos de la penuria y el escaso mantenimiento y limpieza de sus casas y  calles, a unas amplias avenidas donde numerosos edificios en construcción nos hablan del pujante crecimiento y juventud de esta ciudad.

Una ciudad de contrastes donde las cinco llamadas del “almuecín” son respetadas por gran parte de la población y en la gran Mezquita Blanca, una niña de grandes y hermosos ojos, vestida de negro, vende cartones para que los fieles puedan rezar sus oraciones sin tocar el suelo.

En los alrededores, mansiones casi palaciegas, rodeadas de jardines donde residen familias marroquíes a las que la suerte y el trabajo les han sido propicios y hoy gozan de gran prosperidad.

Y allí en los alrededores de Nador, está la novia con su familia, esperando.

Allí, la boda.

Cuatro días de festejos, hospitalidad y atenciones para con los invitados. La novia hermosísima se cambia en cuatro ocasiones de traje. Unos vestidos hechos para ella, bordados en oro y plata que realzaban, si cabe, su belleza. Los atuendos del resto de los invitados no eran menos vistosos y deslumbrantes, al igual que las joyas. La música, el baile, el frescor de la tarde en el jardín de la casa familiar, nos hicieron sentir transportados a otro tiempo. La exquisita comida y las distintas ceremonias, ponen de manifiesto la cultura y el amor por la belleza de un pueblo, el marroquí, tan cerca y a la vez tan lejos de nosotros.

Al atardecer, la novia, después de recibir a su prometido y en presencia de todos los invitados, es paseada en un trono dorado portado por danzarinas que cantan y bailan una singular tonada llena de parabienes.

(Durante años, te he visto en mis sueños, te llamo para que vengas y me abraces)
(ليالي كنت مش عايش و مستنيكي تحيني)

La boda, uno de los acontecimientos más importantes para el pueblo marroquí, ha terminado.

Mañana, los invitados seguirán siendo agasajados, y los novios,  sellado su compromiso, se disponen a continuar siendo felices.

                 Entre Nador y Melilla, entre belleza y amor, junio de 2023.

Victorina Alonso Fernández. (Dedicado a seis campeones más y a dos enamorados)