Desde las cuerdas, afinadas, / bailando en latidos / que nadan en un mar de doce tonos, / me veo en la ventana / de aquel antiguo edificio / donde fuimos tres aves soñadoras / tres hilos muy finos, / que venían a descansar sus nudos, / en el corazón de las otras dos. / He llegado andando, / veo, desde afuera, / la ventana por donde las tres, / salíamos a volar, / a convertir nuestros sueños, / en luz y en voz, en fuerza de vida. / Salíamos a volar, / a decirle al mundo que, / siendo diferentes, éramos dignas. /
Escucho la musicalidad y el trino / del mirlo aquejado de miedo al invierno / y de pasión por sus notas / en ese violín que traías en el corazón Lidia. / El edificio, o debería decir / el refugio de las notas discordantes, / ya que aquel edificio era una casa sanadora, / donde hicimos nuestro / el trío de cuerda, Op. 45 de Arnold Schoenberg, / Te recuerdo etérea, elegante, como garza / inmersa en el sonido acariciador del alma, / acercándote a la dodecafónica manera / de interpretar con tu viola, Inés del alma nuestra. / Recuerdo como desde la ventana / de aquella habitación, donde encontramos / la esencia de la salvación, / me abristeis el estuche que guardaba / el cello que me acompañaba. / ¿Cómo te llamas? Las dos al unísono. / Me llamo Clara. Os mirasteis sonriendo. / ¡Por fin, ha llegado! Es el ruiseñor / que estábamos esperando. / En el atril del tiempo, se movían las olas, / no sé si eran alas, atrayéndonos, / atrapando nuestras ganas de apagar / aquella sustancia que nos había llevado / a nuestra habitación. Luego juntas, / iniciamos el tránsito por el espacio ilimitado / de la música. La música nos salvó, / nos sacó del laberinto interior que nos restaba. / La música vino a sumar, a darnos libertad, / compañía, amistad. Vino a decirnos / que todas somos esencia, verdad. / Todas, todos somos otro y el mismo, / pero con la música crecemos en respiración. / La música como gran pulmón de la vida. / Y…, aquí estoy, después de tantas rutinas / dejando que el corazón se conmueva /con este precioso vuelo / que me dejan los acordes del trío Nacedo.
Este poema apareció en una excavación en el desierto de España, en el año 2023. Ahora que la humanidad transita ya el 3023, porque Naturaleza nos ha dado una nueva oportunidad, teniéndonos bajo la superficie terrestre durante un milenio para que nuestra terrible huella, no nos auto borrara de la faz de Tierra, vamos encontrando tesoros que llegan del anterior milenio.
Neuronada: En estos tiempos de guerras inimaginables e inexplicables, de superproducción, de contaminación, de plástico, de calentamiento global, de…, encontrarse un domingo por la tarde con una actuación, como la del trío Nacedo, pues es una gran riqueza para el cuerpo y para el alma. Este trío de tres mujeres asidas a cuatro cuerdas cada una para darle alma a la vida, nos conmovieron. El poema que inicia este escrito quiere ser un pequeño compendio de sensaciones desde mi asiento. Ellas nos recomendaron que dejásemos volar nuestra imaginación mientras las escuchábamos. En la primera parte del concierto, a mi me pareció estar en una clínica de salud mental donde la vida se volvía sanadora, llena de razón, de fuerza y de esperanza para las almas distintas, la vida allí era sanada por la música. Humildemente he decir que no tengo ni pajolera idea de música, es lo que me pierdo, aunque eso sí, tenía que contar lo que estas tres mujeres Lidia Sierra – violín, Inés Moreno – viola y Clara Muñoz – cello, me dieron en su concierto. ¡Gracias por vuestra música, vuestras explicaciones y vuestra presencia! Que la música nos lleve siempre por los mejores caminos.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.