La fecha era propicia. Como cada fin de siglo, las fuentes populares, y algunas eruditas que les siguen el paso, se hartaron de recordarnos, y de recordarse a sí mismos, que los hados habían decidido arruinarnos la vida y acabar con nosotros. Cuando los hechos confirmaban sus teorías, se lanzaban a publicarlo y a vocearlo a voz en grito. Cuando los hechos no confirmaban o parecían desmentir sus creencias, eran los poderes fácticos los que inventaban para que el mundo no se asustara demasiado.

Faltaban solamente cinco años para la fatídica fecha y tampoco era para fiarse, dados los cambios de calendarios, la incertidumbre de los hechos decisivos y las distintas opiniones de los sabios antiguos. Cinco años que tendríamos que ver como se aproxima el final. De poco valía que ya hubiera habido otros fines de siglo y otras premoniciones parecidas. Y que nunca hubiera pasado nada.

Por otra parte, algunos acontecimientos venían a agravar la cuestión. A nadie se le ocultaban todas las noticias aparecidas en sesudas revistas sobre una única y extraordinaria alineación de planetas, de todos menos Plutón sobre el que aún se discutía su pertenencia al grupo planetario, para dentro de cinco años precisamente. Ni las informaciones referentes a unas misteriosas llamaradas solares que habían aumentado considerablemente en estos últimos años. Dignos de mención eran, también, todos los artículos de los últimos veinte años que hablaban sobre el inminente cambio climático debido a la gran cantidad de lluvia que hacía que hasta el propio desierto del Sahara estuviera, en parte, florido. Atrás habían quedado todas las proclamas en que el cambio venía anunciado por la desertización.

En fin, una época de grandes cambios que no presagiaban nada bueno. El destino final de la humanidad estaba ya escrito y a la vista.

Las grandes autoridades del planeta, que hasta entonces estaban muy preocupadas en cuestiones tan importantes como si la pronunciación en el idioma tailandés sonaba demasiado machista, comenzaron a pensar que algo deberían hacer, al menos para que la gente viera que eran capaces de hacer algo. Y reunidas en conciliábulo de cuatro semanas en un lujoso hotel de las islas Mascareñas, vinieron a determinar que lo mejor era que los tres mayores sabios del mundo se juntaran, analizaran y decidieran qué era lo mejor. En una semana más, esta vez con la ayuda de sus mejores asesores, lograron discernir cuáles eran los tres sabios que tendrían que reunirse en un hotel de una pequeña ciudad de la estepa castellana para que pudieran meditar y pensar sin demasiadas distracciones.

Y así se decidió y así se hizo.

Los tres sabios, que se enteraron del nombramiento por la prensa, se llamaron unos a otros para ver quién sabía algo. Y como nada sabían, nada se dijeron, pero quedaron para verse en la ciudad acordada. Alguno preguntó por dónde quedaba eso.

Y, como no podía ser menos, grandes voces se levantaron en contra de la decisión: No gustaba el que fueran solamente tres pues ello obligaba a que numerosos grupos no estuvieran representados. Los sabios designados eran dos hombres y una mujer y ello también levantó protestas entre grupos feministas, del LGTBIQ, etc. No pasó por alto la cuestión de que los sabios fueran uno blanco, uno negro y el otro oriental y, por lo tanto, otras razas no se sentían representadas. Y, por supuesto, aunque los tres sabios se entendían en inglés, hubo regiones españolas que pidieron que las conversaciones, aunque secretas, fueran traducidas a todos los idiomas del territorio. Es más, algún sindicalista salió en televisión pidiendo que hubiera representantes sindicales en las conversaciones y que se deberían negociar las decisiones finales. Los órganos ministeriales lanzaron advertencias serias para que se utilizara un lenguaje inclusivo y no machista y para que la mujer hablara por lo menos el mismo número de palabras que los hombres.

Cuando los sabios llegaron y se vieron, lo primero que hicieron fue ir a tomar un café. Allí  hablaron, rieron y se pusieron de acuerdo en el programa a seguir.

Comentaron los acontecimientos que se estaban sucediendo, analizaron los hechos concienzudamente, consultaron profecías, preguntaron a obispos y adivinos varios, y, como eran sabios, se rieron de todo y se centraron en hacer cálculos, siguiendo estrictos métodos científicos, de las probabilidades de colisiones, de la posible influencia de los fenómenos sobre la vida humana y de otras especies, etc. etc. Casi cuatro días, trabajando a tope, estuvieron pensando y discutiendo. Agotados ya, pararon y se fueron otra vez a tomar un café. Otra vez estuvieron riéndose y comentando tonterías, preguntando por los hijos, las esposas o maridos, las vacaciones… No en vano los sabios, aunque sabios, eran también personas como los demás.

Eso sí, vista la expectación que se había creado, decidieron dar una rueda de prensa para informar al mundo de sus conclusiones.

Un día más para redactarlas y, allí, en un prado a las afueras de aquella pequeña ciudad, se procedió a su lectura:

1.- Todas las teorías analizadas resultaban falsas a la luz de la ciencia, los agoreros no tenían razón y las cosas, mal que bien, seguirían igual: haría bastante calor en verano y bastante frio en invierno, la luna seguiría donde estaba y el cielo seguiría siendo azul, si no había nubes.

2.- Los tontos no mejorarían mucho en los años venideros y los listos, por el contrario, serían cada vez más tontos, por efecto del contagio.

3.- Los políticos, de cualquier signo o condición, seguirán sin saber qué hacer ante los problemas y perderán el tiempo tomando ejemplo de “el chocolate del loro”.

4.- Y la gente debería seguir con sus planes de vacaciones y poniendo la gorra hacia atrás a sus hijos. Los maridos podrían seguir yendo con pantalones cortos a cuadros y las mujeres podrían ir sin sujetador para no tener calor.

No hubo preguntas aunque algún periodista lo intentó. Cada uno se retiró a sus cosas y todos quedaron contentos.

Los tres sabios se tomaron unos días de vacaciones merecidas y pagadas y, ya sin muchas prisas, se despidieron.

A la hora de la partida, el más sabio de ellos, guiñando el ojo a sus compañeros, dijo:

“Mientras ellos disfrutan de su ignorancia, démonos prisa para disfrutar y despedirnos de nuestros seres más queridos. El cometa no tardará en llegar”.

Angel Lorenzana Alonso