*Ahora que el coronavirus ha arruinado los “Cruceros” vamos a recordar el último que hicimos, y a soñar con el próximo.

Sobre un mar en calma, riela, hermosa, la luna. El viento mece suavemente las olas y, mientras, el barco se desliza silencioso y firme buscando su destino. Hace unas horas que hemos salido de Barcelona en dirección a Mónaco, ese pequeño país que albergó a una hermosa princesa

En este Principado, todo son tiendas caras, y coches caros; grandes casas llenas de flores donde viven gentes ricas, riquísimas, según nos cuenta la guía: las mayores fortunas de Europa se esconden aquí, a buen recaudo, en sus bancos. El Casino posee esa belleza pulcra y dorada que solo da el dinero cuando no hace falta contarlo, cuando no es preciso saber cuánto tienes.

En la plaza, una guapísima marroquí, sale de “Las mil y una noches”; su negra melena y su vestido azul bordado en oro, se dejaba acariciar por las cámaras de los fotógrafos. Es delgada, frágil y en verdad hermosa; nos dijeron que esperaba al novio para la ceremonia de bodas.

Un país tan pequeño como su historia y tan poderoso como los millones de euros que alberga.

Continúa el barco su trayecto nocturno ofreciendo a los que en él van, música, teatro, cine y un Casino que solo se parece al de Mónaco en la tensa quietud y en los ojos fijos de los que allí tratan de ganarle la partida al azar.

Llegamos a Génova, llueve con fuerza como si el cielo quisiera limpiar esta ciudad de 580.000 habitantes que en su parte antigua no ha perdido sus orígenes y semeja un pueblo con sus pequeñas tiendas de frutas y de calzado; Las calles son estrechas y grises; los monumentos grandes y deslucidos por los siglos.

Hay que comprar paraguas y además refugiarnos en un pequeño café, regentado por dos guapos italianos, uno de ellos casado con una gallega..De pronto el mundo parece una aldea, todos con semejantes sueños y penas; eso sí, los genoveses preparan un café capuchino muy rico. Callejeamos por vías con nombres universales, Carrier de la Salud, Carrier de la Fortuna, Via Napoli, Via Almeria,..en una ciudad que durante siglos ejerció un papel fundamental en el comercio marítimo. Llegamos a la Plaza de San Lorenzo donde se encuentra la Catedral románica dedicada a ese santo. Después regresamos al barco no sin antes admirar el Galeote Neptuno situado en su puerto y recibir una ofrenda de un joven africano: unas pulseras hiladas en colores. Quien la lleva, tendrá salud y suerte. Eso me dijo.

Ya en el barco, una noche más en la que no faltan las orquestas y una exquisita cena servida por Juan, mejicano y Carmo, originario de la India, que se desvivían por ofrecernos la mejor atención. Antes, la piscina climatizada, el yacuzzi y un poco de ping-pong. En esta ciudad flotante no falta de nada.

Amanece despejado y antes de que saliera el sol ya estábamos camino de Pisa. Una ciudad de 80.000 habitantes que vive por y para su Torre inclinada de 56 m. de altura y su catedral. La guía italiana Sandra, se esforzaba por contarnos las bellezas de esos monumentos y la causa de esa inclinación de la Torre, que no es otra que el suelo pantanoso sobre el que está construida.

Después y con puntualidad espartana nos dirigimos a Florencia, la ciudad de los Médici. La catedral deslumbrante, la Puerta del Paraíso del Baptisterio, la Piazza di Santa Croce con esa soberbia estatua de Dante que parece mirarnos enojado. La ciudad no es como yo la recordaba, esta descuidada, deslucida, llena de turistas; pero los italianos siguen siendo amables y cariños y nos preparan unos capuchinos en los que dibujan con maestría manzanas que semejan corazones y rosas que parecen de plata.

Un luminoso Octubre de 2019. Victorina Alonso Fernández