A veces, las palabras se juntan para decir algo más que hola y adiós. A veces, cuando el sol declina su luz, surgen las estrellas que sirven de intervalo para un nuevo amanecer.

Cuando abres la ventana, el viento intenta cerrar tu puerta pero solo consigue barrer una lágrima que pugna por marcharse pero que nunca acaba de hacerlo. Y la ventana y la puerta siguen abiertas de par en par y el aire fresco fluye entre ellas trayendo aromas de primavera y un olor a rosas nuevas que acaban de nacer.

Cuando esto ocurre, el caminante se para a tomar aire, tras su rudo camino de esperanzas y desvíos, mira aquellos ojos que le miran, aquella cara sonriente que le hace soñar, aquella ola impetuosa que le invita a seguirla, a subir a su cresta de espuma, a dejarse llevar por lo incierto pero suave de su caminar.

La sonrisa se vuelve franca, los ojos dejan de mirar hacia abajo, la mirada cambia de color. La cara se vuelve hacia arriba y deja que el aire la acaricie, que mueva su cabello y que aparezcan rasgos que hace ya tiempo estaban olvidados.

Y sueña durante horas. Y acaricia en su mente todos esos momentos que pueden llegar. Vuelve a recordar viejos momentos, a juntar otra vez las palabras, a poner en fila sus dichas y sus pesares, a tachar los malos y dejar solo aquellos que hacen que cosquillee su piel ya envuelta en aires de nuevos afanes.

Y, otra vez, como si fuera la primera, su voz se hace eco de trasformadas melodías, su mirada se centra en nuevos veleros rojos, sus dedos quieren volver a sentir y sus labios buscan esa nueva sonrisa.

Y se acerca y le dice: buenos días, amada mía.

Angel Lorenzana Alonso