Mirar el río hecho de tiempo y agua

y recordar que el tiempo es otro río,

saber que nos perdemos como el río

y que los rostros pasan como el agua

Jorge Luis Borges.

Son muchos los ríos que atraviesan la provincia de León, algunos como el Curueño humildes y poco caudalosos, aunque llenos de rincones sorprendentes y un rumor de aguas que se hace canto en la cascada de Nocedo, en uno de sus pequeños afluentes, el arroyo de Valdecesar, en su tramo final. Allí nos llevo Ángel,  por un lugar que antes era de difícil acceso y hoy permite, con sus escaleras y puentes de hierro y madera, acercarse con mayor facilidad  a ese salto de agua  y a la sorpresa de su melodía.

Ángel, que fue montañero, conoce  y ama estos rincones desde la infancia  y sus explicaciones me parecieron ligeramente  teñidas de nostalgia: “Aquí vine con mis amigos cuando apenas contaba 17 años, y en esa ladera conocí a unas chicas  cuya confianza y afecto no he perdido”. “Por esa vertiente, nos decía, se puede subir, aunque no es fácil”. Mientras, Mari Luz, fascinada por la belleza del lugar, trataba de atraparla -esa belleza- para volver a disfrutar más tarde cuando la pudiera compartir.

Y así, nos llevó a conocer un pueblo tras otro, lugares sombreados por duras rocas calizas talladas a cincel por el viento y las lluvias, sin vegetación alguna, que encajonan y protegen  el rio; lugares  que cuentan con  delicadas ermitas o pequeñas Iglesias, que nos iba enseñando este amante de la naturaleza y el paisaje de León.

Las casas engalanadas de flores, los  restaurantes y bares con jardines que invitaban al descanso. Algunas  zonas del rio estaban preparadas para el baño y llenas de bañistas, niños, jóvenes y mayores que alegraban el paisaje y lo llenaban de cantos alegres que acompasaban el rumor del rio.

Llegamos a  Lugueros, un pueblo cargado de Historia, con sus vías romanas, sus casas blasonadas y, allí cerca, la leyenda de la Dama de Arintero. Y al dejarlo, de pronto, el valle se abre y donde había sombra aparece nuevamente la luz y el verdor de chopos, álamos y abedules.

Este es rio truchero, nos cuenta el guía “amateur” que trabajó donde se amasan y guardan los dineros  y hoy dedica su tiempo a la escritura, sus aguas son cristalinas y frías  como las que nacen del Teleno.

Después, cuando caía la tarde y el cansancio hacia mella en los viajeros, ya en la ribera del Torío, a la altura de Gradefes, Ángel pidió permiso para desviarse un poco de la carretera. Por supuesto, dijimos al unísono, pues todo lo que nos iba mostrando era singular y sorprendente. Pero no esperábamos tanta belleza escondida en aquel remanso: el santuario de Santa María de Manzaneda nos recibió alborozado pues aquel día se celebraba, allí, una romería. Aquí, nos dijo un muchacho joven y entusiasta, se instalaron los monjes en el siglo IX  por orden de Alfonso III  y desde entonces el lugar siempre ha sido un punto de peregrinación y encuentro. Tiene algo mágico.

La singularidad del Monasterio nos sorprende igual que los dibujos del techo. La Virgen de Manzaneda, de piedra calcárea roja, probablemente del gótico tardío, preside la Iglesia. La reconstrucción que se realizó en el santuario en el siglo XV acabó con lo poco que quedaba del cenobio. Solo la torre de base cuadrangular con muros de sillería y ventanales de medio punto, nos hablan de su pasado.

En el Tríptico que nos regaló el apasionado joven se puede leer la historia de este Santuario y la necesidad que tiene de seguir cuidando y restaurando su imágenes y los muros, quitando, nos explicó, algunos añadidos que en nada mejoran su arquitectura y sin embargo están hundiendo el tejado.

Allí, en el interior del templo, no era difícil escuchar los cantos de los monjes dando gracias por las riquezas obtenidas labrando  con inteligencia estas riberas. Pues lograron trasformar  la tierra baldía  en granja y huerta, repoblarla  y abastecer a la ciudad de León.

Nos acercamos a la capital de la provincia casi sin darnos cuenta pues los pueblos y las casas ajardinadas se suceden embelleciendo el camino.

Una ruta que merece a la pena conocer: la del rio Curueño. Y un Santuario magnifico situado en un lugar sorprendente a orillas del Torío.

 Victorina Alonso Fernández