Pensó el señor alcalde, y eso que era mucho pensar, que si su pueblo fuera independiente, él podría ser el señor rey. Y, si lo hacía bien, podría ser rey también su hijo, y su nieto, y su…

En esas estaba pensando cuando llegó el asesor personal, que había contratado porque le habían dicho que ese gurú hacía casi milagros y que pagaban entre todos los vecinos y parte de los vecinos de los pueblos de al lado. E incluso obtuvo una subvención de la Diputación y del Gobierno de la comunidad y del Gobierno Central. Por eso era, probablemente, el asesor personal mejor pagado del reino.

El alcalde le miró y pensó, y eso que era mucho pensar, si consultarle su idea o no. Al final, como no se decidía, le preguntó. Y el señor asesor, con su cerebro de trepa que le caracterizaba, pensó un poco y le contestó: “Por supuesto que sí, mi señor alcalde. Y yo estaré encantado de ser el asesor personal real”.

Y así lo hicieron. Preguntaron a la mujer del alcalde, a un sobrino tonto que tenía, a los vecinos y a las gallinas del corral. Todos asintieron, incluso las gallinas que no dijeron nada pero se dio por bueno su cacareo.

Ya estaban más tranquilos. Se había obrado con democracia y eso le otorgaba un título real pero democrático. Nadie podría decir que el rey se había autonombrado. Había preguntado al pueblo y el pueblo había decidido.

Dicho y hecho. El asesor redactó las actas y el alcalde las firmó. Solo quedaba comunicarlo oficialmente.

El alcalde tocó a rebato, llegaron los vecinos y el nuevo rey, ya vestido con corona, les comunicó su decisión democrática e inquebrantable. Deberían aclamarle como rey y nombrar virrey a su asesor. Todos contentos.

El pueblo, que a estas alturas de la partida ya no entendía casi nada, se limitó a no decir nada. Y como “el que calla otorga”, pues se acabó. Se hizo un bando, rodeado de un lazo que representaba la nueva bandera, y se mandaron misivas, con emisarios reales y vicerreales, al Ayuntamiento, a la Diputación, a la Comunidad y al Presidente de la nación.

El parlamento se reunió y decidió, como siempre hacía, nombrar una comisión para que creara una comisión encargada de estudiar los escritos que les mandaran los expertos que mandaron a analizar la situación.

Y mientras esto sucedía y sucediera, el administrador general del reino decidió no mandar más dinero para pagar al alcalde-rey y al asesor-vicerrey, pues ya no eran ciudadanos del reino. Y les mandó una carta para que devolvieran el dinero invertido, hace dos días, en la carretera y en la iglesia del pueblo. Y aprovechó para cortar las tuberías que llevaban el agua hasta ellos y plantó precios especiales para cuando los vecinos salieran a comprar al mercado del pueblo vecino. Y, ya puestos, acabó por cortarles la línea eléctrica.

Al tiempo, envió una carta a los vecinos del susodicho pueblo para ver quien quería, mediante una consulta a los miembros familiares, autoproclamarse independientes y pasar a depender, si les apetecía, del censo del pueblo de al lado.

Mientras tanto, tanto el rey nuevo como el asesor convertido a vicerrey, gastaron en fiestas a bombo y platillo todo lo que tenían a su disposición, para celebrar a lo grande el gran acontecimiento que acababa de suceder.

La mitad de los vecinos, no de acuerdo con el nuevo rey, decidieron irse a los pueblos vecinos. Incluso algún familiar del asesor se marchó de noche a seguir trabajando en “el extranjero”.

Y llegó el final del mes. El rey vio que no había recibido su salario y lo reclamó a sus nuevos súbditos quienes, por supuesto, se lo pensaron y decidieron que no era justo pagar ellos las facturas del rey. El vicerrey vio lo mismo y, rápidamente, promulgó una nueva ley que obligara a un impuesto especial para sufragar gastos y pagar los sueldos suyos y del rey.

El barrio de arriba decidió, mediante consulta popular que el rey y su asesor se apresuraron a calificar como no democrática, nombrar su propio alcalde e independizarse del rey. El barrio de abajo decidió, mediante consulta popular también denominada antidemocrática por las autoridades, no pagar impuestos dado que los consideraban injustos. Incluso un vecino, que no quería pertenecer a ningún barrio, decidió, en reunión familiar en el salón de su casa, que se autonombraba independiente y que quería pertenecer a la nación rusa porque él siempre había sido prosoviético.

Y así lo decidieron y vivieron felices con sus propias libertades e independencias. Por la noche, dicen las malas lenguas que vieron a algún vecino e incluso al asesor real, marcharse a comer algo a la casa de familiares que tenían en los pueblos cercanos.

Alea jacta est

Angel Lorenzana Alonso