Aprendí hace tiempo que, en la vida, debes fijarte en los que dan y no en los que quitan o en los que piden. En los que dan desinteresadamente, sin pedir ni buscar nada a cambio, ni siquiera reconocimiento.

Cuando demostré cariño a mis dueños, cuando vigilé sus sueños, cuando les previne de peligros con mis ladridos, nunca esperé nada de ellos. Solo cariño. Solo quería que ellos me quisieran. Nada más. Si, de vez en cuando, me daban un hueso de los buenos, mejor que mejor. Pero nunca se lo pedí. Me bastó siempre con el agradecimiento silencioso de sus ojos, con una caricia o con el saber que había hecho las cosas bien.

Y fui feliz así.

Las cosas de esta vida han cambiado un poco. Las personas actuales no suelen agradecer los favores, se han hecho mas egoístas y pretenciosos y suelen pensar que si les ayudas es porque ellos se lo merecen o porque quieres algo de ellos. Y, en la mayoría de las ocasiones, no es así. Si les ayudas, si te unes a su dolor para mitigarlo, si acaricias su mano con la lengua, no buscas un hueso. Solo buscas tu propia satisfacción. En esto, todo parece igual que siempre, pero, a diferencia de antes, ahora no ves alegría en sus ojos, no sientes que te quieren, no te acarician para darte las gracias. Simplemente, actúan como si un perro no tuviera sentimientos.

Por eso, cuando no puedo dormir porque hay demasiados ruidos en el jardín y me obligo a estar vigilante, pienso si todo esto merece la pena.

Mi nueva ama, a la que quiero con locura, es un poco especial. Me acerqué a ella precisamente porque era diferente, porque sus ojos me decían que necesitaba cariño y que estaba dispuesta a dar cariño. Y al principio fue así: yo la mimaba y ella me mimaba. Con en el paso del tiempo, ella se fue apartando del camino. Antes me llevaba a todas partes.

Ahora solo está conmigo cuando está sola. Y cuando no tiene otra cosa que hacer. Ella sabe que yo espero, que espero siempre a que ella termine, que tengo paciencia, que le seguiré dando todo lo que tengo sin esperar nada. Pero cuando cambia su estar conmigo por otras cosas sin importancia, pienso que ya no me quiere, que solamente estoy para eso, para esperarla, para que ella sepa que la quiero y que siempre la esperaré.

Pero estoy triste, muy triste. Y en esas esperas, en esas noches eternas sin ella, en esos no saber que hacer cuando ella ha decidido a última hora, no estar conmigo, me pongo a llorar, a mirar las estrellas y a pensar  en que, quizá en alguna de esas estrellas, puede haber un cielo para perros, donde sus amos, cariñosamente, te digan: “perrito, perrito, ven a mimarme que quiero yo mimarte también”.

A veces dudo también eso. No debe existir ese cielo ni ese mundo maravilloso que yo imagino. Solo existe esto, esto que vemos y esto que nos pasa aquí y ahora. Nada más.

Y esto que tengo es una auténtica mierda.

“Hola perrito mío”, me dice cariñosa de vez en cuando. Y corro hacia ella, me subo en sus brazos, la colmo de besos y caricias. Ella pasa su mano por mi espalda, acerca su cara a mi cara y me dice que me quiere.

De repente, un ring, una llamada, una risa al otro lado del teléfono, una promesa de otra cosa, de otro mundo de mentiras pero que ella se lo cree… y todo su cariño y todos sus mimos se han esfumado. Está conmigo pero ya no está conmigo. Sus caricias son automáticas, sus palabras más vacías y sus manos menos suaves y calientes que antes. Su mente se ha perdido y me vuelvo a quedar solo con mis pensamientos tristes, con mis recuerdos de hoy y de siempre, con mis anhelos, con mis ilusiones… con mi amor hacia ella. Y esto en el mejor de los casos, porque en la mayoría de las ocasiones, me dice:

– Perrito, te quiero con locura pero… me voy.

Y se va.

De vez en cuando, ya solo, me acerco a la ventana y ladro con desesperación por si ella me oye. Pero ella, cuando se va, tapa sus oídos a mis ladridos y no me oye, ni me llama… ni se acuerda quizá de que he quedado solo… esperándola.

Angel Lorenzana Alonso