Ayer te vi.

Estabas como siempre. Por ti si que no pasan los años.

Ayer te vi. Majestuosa, rodeada de azules y de nieblas. Con tu corona, con tu blanca cara teñida de colores.

Me daba miedo. Poco a poco me fui acercando hasta tus pies de zapatos verdes y grises. Tus anchos pies, sólidos y fuertes. A tu alrededor giraban personas que nunca había visto a tu alrededor. ¡Cómo cambia el tiempo las cosas!. Me acerqué un poco más, los estuve mirando y me preguntaba: ¿Cómo es posible que ella les deje acercarse? ¿Es que ya no tiene sentimientos? ¿ó es que nunca los ha tenido? Repeinados con gomina cara, con trajes adecuados al caso, pero caros, con unos artilugios que antes no se veían por aquí y que ahora llaman motos, quads o no se cómo, algunos con unos coches altos, flamantes y también caros. Todo era caro, hasta los cigarros que fumaban o que no fumaban, hasta el perfume que exhalaban sus mujeres rubias de peluquería, todas iguales, con las mismas ropas caras, con las mismas palabras ininteligibles en sus bocas, con sus anillos, sus pinturas, sus poses de ligue insustancial…

Ayer te vi, amiga mía. Preciosa y sempiterna amiga mía. Pero casi no te reconocía.

Recordé otros tiempos. Aquellos en que cuando yo llegaba, me llamabas por mi nombre, me llevabas junto a ti, me atraías…, cuando yo te abrazaba, me agarraba a tu falda, recorría con mi cuerpo tus recovecos, aferraba con mis manos tu cara, besaba todo tu cuerpo. Recordé como te quería y cómo te sigo queriendo.

Y empecé a llorar.

Perdóname por este gesto infantil. Ya se que tú no eres de nadie. Ya se que no me perteneces, que nunca me juraste fidelidad. Ya se que yo sabia lo que ya sabias desde la eternidad. Perdóname, amiga y amada mía. Pero no pude por menos que llorar cuando vi en qué te habías o habían convertido.

Ayer te vi. Me llegué como siempre hasta ti. Me abracé nuevamente a tu cuerpo, me quedé acurrucado en tu regazo, te besé nuevamente… y te dije un adiós que me hizo temblar de rabia y dolor.

Ya no se si podré volver a verte, pero nunca, nunca te olvidaré. Y no te recordaré como ahora te he visto sino como eras antes, como eras siempre, como cuando nos amábamos mutuamente.

Recuérdame tú también. Acuérdate de mí, aunque solo sea un poquito. No dejes que te soben los soeces espantapájaros que ahora tienes cerca. Acuérdate cuando eras tú misma, solo tú misma… y yo mismo.

Mi querida montaña, siempre te amaré aunque ya no pueda subir hasta tu cabeza y besarte en la frente.

 

Angel Lorenzana Alonso

www.alorenzana.es