Érase un cuervo de pico romo, y ala rota que tuvo que acostumbrarse a vivir en un balcón de la ciudad, ya que su ala rota le dolía tanto que le impedía volar. Sufrió durante unos cuantos días hasta que su ala se fue soldando, como no pudo visitar a ningún traumatólogo, su ala quedó mal soldada.
Probó a volar en el mismo balcón que le había servido de hogar y en el que había sobrevivido gracias a unas cuantas macetas y a las migas que caían cada día desde el balcón de arriba. Aquellas migas habían sido un maná para su cuerpo dolorido, aunque le costaba bastante comérselas, debido a que su pico no le ponía nada fácil recoger los alimentos, menos mal que tenía una lengua con la que se manejaba bastante bien. Su primer intento de vuelo no fue lo que se dice un éxito, ni mucho menos, pero sabía que a base de seguir intentándolo, era posible lograrlo.
¡Hola Picuervo! El cuervo no se dio por aludido. ¡Hola Picuervo! Pero él a lo suyo, a lamer las migas. ¡Hola Picuervo! Levantó la cabeza y observó a una pequeña que asomaba por el balcón de arriba. ¿Se dirigirá a mí? Pensó. Si, me dirijo a ti, contestó la niña que le había adivinado el pensamiento. Picuervo se la quedó mirando con asombro, aquella pequeña, ¿o…, no tan pequeña? sin duda era la que sembraba migas en el balcón. Al ser pájaro, Picuervo no iba muy fino en eso de distinguir si era niña o mujer. Tampoco me importa, se dijo para su mismo plumaje, lo que si parece es que se trata de una persona con empatía que sabe ayudar en momentos difíciles.
Impulsó su vuelo hacia la barandilla superior y se situó muy cerca de Eusebia, que así se llamaba la mujer. Ahora de cerca, se dio cuenta de que no era una chiquilla.
Eusebia se le aproximó muy despacio, no quería asustarlo, para entablar una larga charla con él. Así Picuervo se fue enterando de cómo aquella mujer, después de haber dedicado su vida al cuidado de unas cuantas personas, ahora ya jubilada, se encontraba ella misma siendo pasto de la soledad. Con el tiempo, Picuervo y Eusebia, se hicieron grandes amigos, tanto que Picuervo se mudó a su balcón y se cuenta entre las buenas lenguas que allí envejecieron juntos.
Lamiguería: Podríamos decir, en el caso de la historia de Picuervo que unas migajas bien valen una gran historia de integración y de amistad. Hacer buenas migas es muy importante en la rutina. Hacer buenas migas, compartir, hacerse compañía, aprender del otro, y bajar el consumo de ego, que es mucho más dañino que el colesterol malo.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.