Desde su extraordinaria atalaya, Baobad asistía aterrado a una de las movilizaciones radicales que se estaban llevando a cabo alrededor de su gran tallo. Su savia herida por el rugido de las salvajes alegaciones contra todo lo que no fuese el pensamiento único del líder de los allí presentes, temblaba escondida bajo las raíces del precioso cuerpo al que irrigaba. El sonido de un silbato amplificado por la megafonía, vino a silenciar el instante. Uno de los que allí se encontraban, subió a un templete colocado para la ocasión y se dirigió a la muchedumbre presente:

– Queridas personas aquí reunidas. El equipo de documentación, ha rodado este episodio que hemos representado. Ahora veréis cómo en este episodio teatralizado (Baobad dejó de temblar, se dio cuenta de que era un experimento educativo) hay mucho paralelismo a tantos y tantos episodios como los que se dieron hace mil años, antes de que Naturaleza nos enviara a vivir bajo Tierra para que no nos extermináramos. En aquel entonces, a comienzos del 2.000, Europa, era uno de los mejores lugares para vivir, aún se respetaban las democracias. La democracia aún no estaba en peligro por la equivocada vuelta, en la que algunos estaban enquistados,  al populismo que va unido casi siempre a la moralidad del buenismo, el bueno solo soy yo, el contrario es el malo. Pero ya en la década del 2020, la democracia, también fue víctima de un virus invisible contra el que solo existe educación, pensamiento crítico, solidaridad, respeto, investigación para que la ciencia ayude a superar las crisis de salud. Cuidar la democracia es curarnos en salud.

Alrededor de Baobad, se escuchó un suave murmullo, se miraron unos a otros, la adrenalina bajando, después de aquella representación de lo que la humanidad había repetido tantas veces para su desgarro y sufrimiento.

El texto precedente, quiere ser un grano de arena en una reflexión que debo hacer y compartir: “Como ciudadana tengo, al menos un kilo, o kilo y medio de responsabilidad para mantener viva y sana la democracia”. También, aunque admita que es mejorable, debo compararla con otras maneras de gobernar, así me daré cuenta de que es la mejor manera que conozco de respetar y ser respetado, de tener un mínimo de dignidad, de educación, de garantía de derechos y de libertades. En vez de atacar su fragilidad, debería como ciudadana alegrarme de estar viviendo aquí, en España, en Europa, y sobre todo poner de mi parte lo que pueda para protegerla y tratarla con mimo. Lo que no es óbice para que, como mujer, esté triste estos días, observando como algunos nos quieren seguir  tratando como si fuésemos ciudadanas de segunda clase, jugando con derechos que ya están sobradamente adquiridos. Mi apoyo a la sanidad, que si tenía poco, ahora en esta comunidad, tiene que asumir caprichos políticos que van a tener un coste económico (para esto si hay dinero), pero sobre todo un coste de tiempo, y de energía humana por parte de los facultativos, que ya están asfixiados.

La democracia anda un poco pachucha, pero debemos buscar, cada uno dentro de nuestras posibilidades, remedios para que se reponga. Abogo por la inmarcesibilidad de la democracia.

Neuronada: 024. Desde este cúmulo de renglones, quiero entonar un 024 alto y claro. 024 es el número para intentar salvarnos del suicidio. Marcarlo puede devolvernos a la vida. Once suicidios al día en España. 024.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.