Romualdo y Remi estaban tristes, aquella mañana se habían llevado al hospital, a una de sus asiduas a la partida de cada tarde en la residencia. Hoy no habían querido jugar, estaban esperando que llegase la nieta de Romualdo, pues ella les había tranquilizado por teléfono diciéndoles que se acercaría hasta el hospital para preguntar por Rosa.

-Me arrepiento de no haber seguido el camino de mi mujer. Ella era donante de sangre desde los dieciocho años, que es cuando se puede comenzar a dejar el jugo de la vida en una bolsa para que una persona necesitada pueda usarla y así curar su enfermedad, o al menos paliar sus negativas consecuencias. Nunca me atreví, y mira que insistió. Romualdo hablaba en voz alta mientras Remi asentía con la cabeza.

– Pues yo la verdad, cuando me enteré de todo lo que era la donación de sangre, de órganos, la donación del cuerpo para la ciencia y demás, fue en una charla que nos dieron en la casa del jubilado en el barrio. Antes nunca me había parado a pensar en ello. Debo reconocer que salí de la charla impresionado. De no ser por los donantes, muchas personas no tendrían opciones de seguir mucho tiempo con vida. Vida, femenino singular que llena de esencia todo lo que toca. Sangre, femenino singular que contribuye a llenar de esencia  la vida.

De pronto, el torbellino de energía de la nieta de Remi, les llegó de pleno.

-Buenas noticias chicos, a Rosa la han transfundido sangre y se encuentra mucho mejor, puede que mañana la tengáis ya de vuelta.

Mordida existencial: Rosa, el personaje del relato, tuvo suerte, mucha suerte, pero: ¿Y si un día, en cualquier hospital, alguien necesitado del sagrado caudal, se ve ante la negra realidad de que el banco de sangre se encuentran sin existencias?

Un supuesto así, que podría darse, sería terrible. Para que esto no suceda, existen donantes como D. Vicente Cabello Castrillo de Estébanez de la Calzada, que tiene en su haber noventa y dos donaciones. Claro que cualquier persona, solamente por el hecho de acercarse a donar, aunque solo sea una vez, y aunque no haya podido donar por la causa que fuere, ya tiene ante su propia conciencia, la garantía de no culparse a sí misma cuando necesite de ese caudal único, que solo puede obtenerse de las solidarias venas de los donantes.

El engranaje de la donación, se puede mantener con enorme eficacia además de por la inestimable colaboración de los donantes, por las enfermeros, médicas, conductores, delegados, a Santiago Mansilla Ariño, delegado de Veguellina de Órbigo, y por todas las personas que efectúan un trabajo impecable en el mundo de la donación de sangre. Sin todos ellos no se podrían beneficiar tantos enfermos o accidentados y desde luego sin los donantes la vida no sería de color rojo.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.