Autor Rafael Carralero Carabias
Título De Lumine
Espacio expositivo Sala Provincia, Instituto Leonés de Cultura (Diputación de León)
Calle Puerta de la Reina nº 1- León
Horario de visitas: acceso gratuito

De martes a viernes de 18 a 21 horas
Sábados de 18 a 21 horas y domingos y festivos de 11 a 14 horas, lunes cerrado
Fecha de inauguración, asistentes y hora La muestra “De Lumine” del artista Rafael Carralero Carabias se inaugurará el próximo viernes día 28 de febrero a las 20,00 h. horas en la Sala Provincia.

A la inauguración asistirá el artista D. Rafael Carralero Carabias, el diputado de Cultura, Arte y patrimonio D. Pablo López Presa y el comisario y director del Departamento de Arte y Exposiciones del ILC, D. Luis García Martínez.
Fechas de exposición Del 28 de febrero al 26 de abril 2020
Comisario Luis García Martínez
Montaje Antonio García Celada

La poética de lo esencial y mínimo
Rafael Carralero Carabias es un destacado creador nacido en Zamora en 1977 en el seno de una familia un tanto peculiar, por lo excepcional del caso, como muy bien nos explicita Eduardo Aguirre en un texto dedicado al pintor: “Los Carralero más que familia con una misma profesión son una forma de sentir. Hay tanta pintura corriendo por sus respectivas venas que debo comenzar admitiendo mi asombro ante este marchamo familiar, que en cada uno se manifiesta con una impronta diferente, y con un estilo propio que le

singulariza. En efecto, no es frecuente que en una familia de pintores todos hayan sido bendecidos con el don del color; lo tienen Rafael y Rosa –sus padres–, lo tiene él, también su hermana Noemí…”. Comentario este que nos da pie para poder entender o aproximarnos, en cierto sentido, a la aseveración tremendamente certera y clarividente que hace Elvira Díez Moreno al referirse al planteamiento esencial e incluso vital que presenta Rafael Carralero en su proceder creativo: “Los artistas como Carralero Carabias pintan

como viven, viven como pintan y viven para pintar. Por eso cada cuadro es un diario del alma y una explosión de autenticidad.”. Estos breves comentarios biográficos nos sirven para ir esbozando y construyendo al mismo tiempo, la imagen de una figura singular, sugerente, con una gran vitalidad creativa y una personalidad tremendamente sólida que sabe magistralmente defender sus ideas y proyectarlas sobre el plano pictórico con la

máxima precisión, sinceridad y virtuosismo. Hechos que le convierten, cuando menos, en un personaje un tanto atípico o especial, en relación a la situación o panorama general de los creadores plásticos correspondientes a estas primeras décadas del siglo XXI, más interesados y centrados normalmente en la formalización de proyectos vinculados a cuestiones teórico-conceptuales o tecnológicas, ajenas a la utilización de procedimientos técnicos clásicos.
Estamos ante un artista de convicciones concretas y muy claras asentadas sobre cimientos teóricos y prácticos muy sólidos y estables, un creador comprometido hasta la médula con intensidad vital e incluso se podría decir visceral en algunos casos, cuya obra pictórica, sus investigaciones teóricas y su ya más que considerable trayectoria artística y expositiva, sustentan firmemente un alegato reivindicativo de la pintura, como espacio y territorio válido de comunicación creativa, frente a las múltiples voces y algunas posiciones teóricas actuales que la dan por muerta o la menosprecian directamente, conceptuándola como inútil o banal, al igual que ocurrió en diferentes periodos históricos en los cuales se creía en la muerte certera de la pintura, hecho más que cuestionable, puesto que está plenamente activa y en vigencia hoy en día. Así actualmente existe un amplio abanico de enfoques plásticos que reivindican la pintura como tal en sí misma o como vertiente crítica y teórica, suponiendo una aportación significativa al panorama presente que viene marcado por una excepcional variedad y riqueza de medios, técnicas, soportes, formatos y planteamientos, que generan y facilitan al mismo tiempo un ambiente y espacio nutricional, germinador y multidireccional de gran complejidad y diversidad que felizmente amplía los límites y marcos de la creación, en vez de someterla a estrictas normativas reduccionistas, selectivas y negacionistas de determinados soportes, técnicas o medios.
Otro aspecto a destacar en Carralero procede de la teorización de su pintura, asumiendo así una de las vertientes más destacada y clásica que recorre gran parte de la historia de la pintura, aquella que dota de estructura teórica y discurso coherente a la misma, traspasando más allá el mero hecho de la representación. Así Carabias se desvincularía de la representación única y exclusivamente mimética y formal, pero también de la pintura de ensimismamiento anárquico que parte de un origen interior, enérgico y sin control. Este hecho supone un paso cualitativo de gran significación e importancia en su proyecto creativo, al incorporar una estructura teórica estable, pero al mismo tiempo flexible que le permite ir evolucionando en el tiempo de forma continua. Su pintura pertenece al territorio de la investigación analítica, de la reflexión tranquila, lenta y sosegada, de la especulación silenciosa, aquella que se sitúa próxima al pensamiento filosófico y que incorpora al mismo tiempo una profunda carga ética.

La pintura de Carabias fundamentalmente se centra o restringe, según como lo queramos enfocar, en la temática del paisaje. Vertiente pictórica que inicia su liberación e independencia allá por el siglo XVI (aunque sus referencias simbólicas o esquemáticas se pueden rastrear y constatar en los inicios de las culturas más antiguas) con algunas pequeñas piezas del gran maestro Alberto Durero. Posteriormente se generalizará el paisaje con diferentes modalidades con artistas tan destacados como Jacob Ruysdael, Vermeer de Delft o los clásicos Nicolas Poussin o Claudio Lorena entre otros muchos. Con el movimiento romántico europeo y algunos de sus más representativos maestros como Gaspar David Friedich, Eugene Delacroix, John Constable o William Turner, se alcanza la vinculación directa, síntesis o fusión entre la emoción, la pasión, el sentimiento y la representación pictórica, convirtiéndose este paisaje en la estructura vehicular de una interpretación individual espiritual y anímica del propio artista. Así se elevó trascendiendo la acción de pintar, más allá de la mera representación descriptiva, mimética o técnica, cuestión que nos interesa y afecta directamente por su conexión con la obra que estamos analizando, al convertirse la pintura en un medio vital. Rafael Carralero Carabias toma inicialmente como punto de partida de su trabajo pictórico esta especie de apasionamiento interior, de sentido romántico, pero exaltado en su tratamiento plástico por una reinterpretación formal de enfoque expresionista. Así lo constatan sus primeras obras de pincelada muy suelta y texturizada, que por medio de un gesto pictórico arrebatado, tenso y dislocado, muestra una carga expresiva muy violenta y agresiva, que en su resolución formal nos recordaría en cierto sentido algunas obras de Delacroix o incluso paisajes de Vicent van Gogh o aquellas magníficas composiciones barroquizantes y asfixiantes de árboles solitarios de la primera época de Piet Mondrian, que al final desembocarían en el mundo geométrico y de color del neoplasticismo. Las composiciones de Carabias son mínimas y sintéticas, reducidas a uno o dos componentes básicos horizontales, los pares clásicos: el cielo y la tierra o el cielo y el mar, en los cuales pueden surgir en alguna ocasión intersecciones de mínimos elementos que emergen en el plano como sutiles protagonistas, barcas evocadoras o sus característicos árboles que podremos observar y seguir en su trayectoria como una estructura constate o seña de identidad, ya sea de una forma más o menos explícita o latente. Pinturas estas iniciales de un gran tremendismo y tensión que se refuerzan con la utilización de una gama cromática reducida, oscura y sucia, que con el tiempo se irá ampliando e intensificando.
Poco a poco su pintura va introduciendo un elemento que se convertirá en uno de los ejes fundamentales de su evolución: la luz. Componente prioritario que le permite liberarse e ir abandonando lentamente ese cierto tenebrismo intensamente expresionista, para dar paso a unas piezas en las que se alcanza una mayor limpieza y definición descriptiva e incluso narrativa de los elementos del tema central. Un tema que parece que se reitera constantemente con mínimas variantes o modelos, y que curiosamente se inspira frecuentemente en los espacios naturales próximos, como puede ser el jardín exterior de la vivienda-taller de la familia, situada en Naharros de Vandulciel, una pequeña localidad a las afueras de Salamanca. Allí cuenta con un magnífico estudio con un gran ventanal desde el que puede aproximarse a ese espacio experimental, que en realidad es como una especie de laboratorio creativo para Rafael, aunque cuenta al mismo tiempo con otro estudio en Valencia. Su pintura puede parecer inicialmente plein air, siguiendo la tradición de los paisajistas más clásicos europeos, pero en este caso no es así, a pesar de que en este periodo transitorio el artista introduce su en pintura la variable de tiempo estacional de forma muy evidente. Debemos tener en cuenta que tanto en Zamora como en Salamanca, espacios íntimos y embrionarios de su infancia y juventud, las estaciones anuales vienen diferenciadas y caracterizadas intensamente. Así podemos intuir en sus cuadros esa primavera intensa que emerge con fuerza, energía y luminosidad, ese otoño adormecido, melancólico y terroso, o ese invierno que todo lo desdibuja y diluye en una capa blanquecina que parece adormecer la naturaleza. Este fenómeno de matizar y concretar el tiempo en sus paisajes, no nos debe engañar ni conducir a sacar conclusiones equivocas; en realidad los paisajes de Rafael Carralero Carabias son construcciones mentales, son ideas y conceptos que trascienden al puro hecho de la representación y la mímesis, aunque tome en algunas ocasiones como punto de partida un hecho anecdótico o una imagen más o menos próxima. En este sentido me viene el recuerdo de la obra del gran paisajista palentino Juan Manuel Díaz Caneja, considerado como el mejor interprete conceptual y formal de este espacio natural, pero que curiosamente lo pintaba desde un mínimo estudio situado en la terraza de su casa en Madrid y sin acceso directo al mismo, allí construía lenta, meticulosamente y de forma constante y reiterada sus composiciones austeras, casi monocromáticas y más o menos cristalográficas a partir de la concepción mental del propio paisaje, de la evocación del sentimiento interiorizado desde la juventud, alejado profundamente de la mímesis. El paisaje en Caneja es un concepto, una vivencia, puntos en los que Rafael coincide con este genio poco reconocido, aunque no sean los únicos en que coindicen como veremos después. Este tipo de planteamientos en la obra de Rafael se pudieron observar con cierta claridad en la muestra de 2007 titulada Latens.
Desde esta fecha el camino de Rafael está marcado por su interés por una luz que lo invade todo, se intensifica y justifica como un procedimiento de investigación, evocándonos de alguna forma uno de los caminos más interesantes de la pintura, como es el iniciado por el insigne creador Willian Turner con sus experiencias atmosféricas, consolidado posteriormente por los experimentos plásticos de luz y color de Claude Monet en sus maravillosas composiciones de la catedral de Rouen, donde la piedra se desmaterializa o en sus imprescindibles nenúfares, obras que se convierten realmente en problemas de color y composición. La pintura de paisaje de Carabias en este punto, como se pudo observar en la muestra Vibrations de 2016 o la De Natura de 2019, ya es un problema especulativo, es una investigación en si misma, es independiente del referente inicial del paisaje, aunque de alguna manera siga más o menos explícito o podamos encontrarlo en el plano pictórico, evocado, sugerido o latente debajo de las sutiles y delicadas pinceladas que parecen emerger del lienzo.
En la presente muestra el discurso pictórico se polariza y significa, se hace pleno y elocuente, centrado fundamentalmente en las problemáticas de tipo plástico que con intensidad reivindican su verdadero protagonismo en el plano pictórico. Las tensiones que hasta este momento representaban su pintura entre lo real, lo descriptivo, lo figurativo, lo referencial y la abstracción se superan puesto que el tema central y primordial del discurso central es en realidad la pintura en sí misma, lejos de las especulaciones de enfrentamiento entre realidad y abstracción. Su pintura se centra en las problemáticas esenciales propias del color y las formas, convirtiéndose en investigaciones especulativas que tienen su propia existencia y realidad. La esencialidad del color utilizado en unas gamas reducidas de gran intensidad lumínica, la gestualización textural, rítmica y armónica de la materia pictórica, la significación del espacio vacío, sinónimo de espacio aéreo, como parte integral y fundamental de la obra, la proyección explosiva al exterior desde el plano pictórico del color y las formas, la simplificación formal de la unidad pictórica llega al máximo transformándose en un punto de color, hecho que potencia el sentido atmosférico y aéreo de la composición. Estos son algunos aspectos que nos facilitan una aproximación a sus últimas propuestas que consiguen la máxima simplificación, siguiendo en cierto sentido, el genial dictamen de alcanzar el máximo con el mínimo.
Su pintura en este punto, desarrolla una enorme dimensión no solo plástica, sino también de escala; son piezas que nos invaden, que se apropian de nuestro espacio vital, convulsionándonos y sumergiéndonos en una experiencia plástica fascinante y maravillosa de participación individual y emocional que nos introduce en la propia obra, convirtiéndonos en protagonistas y parte de ella; así el espectador no es un elemento ajeno y se convierte en participe y aportación esencial de su pintura. Esta excelsa experiencia plástica, estética y vivencial a la que nos enfrenta Rafael, me evoca o sugiere la inmersión real y psicológica que nos invade en el Museo de la Orangerie de París al visitar la espectacular sala circular de los nenúfares de Monet, una experiencia estética fascinante.
Una muestra que nos descubre y aproxima una figura de gran significación en la pintura.

Luis García Martínez