Viejo sueño de invierno, tapado de nieve, recogido entre el frio de la tarde y la escarcha de la madrugada. Viejo sol escondido entre las nubes de lluvia y entre las tardes de ausencia.

Es un viejo sueño y como viejo, y como sueño, así seguirá para siempre.

La primera vez que vino a mi memoria fue de adolescente, hace tantos años que ni me acuerdo de recordarlo, hace tanto tiempo que el propio tiempo se ha ido olvidando de cuando aconteció. Era una tarde de invierno, como hoy, como ayer. Era una vieja tarde en la que te vi, arrebujada en tu abrigo, metida en tu paraguas que apenas si sostenía la nieve.

Después, unos días después de aquella vez primera, llegaste henchida de risas hasta la plaza en donde yo estaba. Casi ni me miraste. Buscabas a otra persona y solamente cuando la viste, agachaste tus brazos hasta el suelo para recoger al niño que te extendía sus brazos.

Y uno y otro día volvías sin mirarme y sin darte cuenta de mi sonrisa. Y uno y otro día te dejabas abrazar por ese niño que te recordaba quien sabe qué cosas. O que quizás, pasado ya el tiempo, ni siquiera te recordaba nada. Pero allí estaba.

Pasado el tiempo, un tiempo de años cargados de prisas y de noches tristes, mi sueño vino otra vez hasta mí y nuevamente volví a ver tus ojos que no me miraban. Y nuevamente volví a ver tus brazos que no me abrazaban. Esta vez el sueño era más real si cabe. Tú estabas allí, yo estaba allí… pero un montón de gente y un montón de momentos nos separaban.

Ayer volví a soñar contigo. Sentado en un banco en un lejano parque de una ciudad cualquiera, otra vez tú llegaste hasta mis ojos y otra vez casi logré que me miraras. Pasaste paseando, mirando de reojo las hojas caídas y las gotas de lluvia sobre el suelo. No había niño y tampoco vi sonrisa en tu cara. No quise pensar las razones. No quise saber que había pasado ni por donde se habían ido tus alegrías y tus esperanzas. Había pasado demasiado tiempo para pensar en este sueño que seguía siendo solo un sueño y del que ni siquiera yo quería despertar.

Cuando volví a casa, en el silencio angosto de mi habitación, sentado en mi cama con la cabeza entre mis manos, volví a pensar en el sueño. Y pensé, por lo bajo, si habría sido alguna vez realidad, o si, como era de esperar, solo era mi sueño y nadie podría nunca compartirlo.

Ni siquiera tú.

Angel Lorenzana Alonso