Aquel día en el aula se respiraba un ambiente casi festivo, era nuestro primer día de curso y además estrenábamos una asignatura nueva.

             -¿Alguien sabe de qué va la filosofía?

             – He hojeado un libro de mi hermano mayor y no he entendido nada. Además todos los autores que se estudian ya están desintegrados, hechos polvo de estrellas, la mayoría  son momias de hace más de dos mil años. Va a ser un rollo de marca mayor, eso creo. Dijo Pancho.

En aquel momento entró el profesor de filosofía sonriente y enérgico. Estaba en esa edad en la que ni se es joven, ni se es mayor. Mi compañera de pupitre y yo nos miramos. No era  Camilo VI, pero se le parecía muchísimo. Y ahí las dos coincidimos:

             -Nos va a gustar esta asignatura.

Cuando recuerdo aquello aún sonrío. De lo que no teníamos ni idea era de lo exigente y responsable que era, aquella casi copia de Camilo VI. Nos enseñó a pensar, a dudar de lo establecido. Casi todos los días nos recordaba aquel estupendo pensamiento de Ortega y Gaset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñas”. También recuerdo otro de las perlas con las que nos invitaba a divagar y llegar a una conclusión que al menos nos dejara medianamente satisfechos. Fue un día en el que a alguien se le escapó un comentario negativo sobre alguien de clase. Se acercó al pupitre del que había soltado el improperio y le invitó a salir al encerado.

             -Escribe en la pizarra, con letras mayúsculas: “Haz de cada persona tu maestro”. Y luego dinos qué crees que quiere decir esa frase por favor.

Mordida existencial: Tuve dos profesores de filosofía. Con uno, la asignatura fue caótica, debíamos aprender de memoria la historia de la filosofía, la vida de los filósofos y sus pensamientos sin razonar absolutamente nada. Ese curso la filosofía fue una rémora. Pero al año siguiente, el primer día que entró por la puerta de clase el nuevo profesor de filosofía, nos saludó, nos dijo su nombre y nos explicó sonriente qué era la Filosofía, supe que esa asignatura iba a ser mi preferida ese curso.

Su primera premisa fue: La filosofía es la ciencia del último porqué. Aquel año entendí muchas cosas, no solo de filosofía, que también, sino de la vida, de los otros, del cosmos. Y me ayudó a darme cuenta de que aunque soy un micro grano de arena, formo parte de la gran duna que hacemos entre todos, eso me hacía responsable de mis actos y de mis pensamientos. Creo que volver a tener Filosofía en las aulas nos hará más ricos y mejores personas.    

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo