El último soplo de aire casi rompe mi único amarre con una existencia que tiende a acabarse de una u otra forma. Cuando llega el otoño, mi otoño, el otoño de todos, y observo el color de mi cara, entre amarillo y ocre, perdido el frescor y el brillo del último verano, una triste pena de pérdidas se apodera de mi alma.

Mi soporte se debilita día a día. Los vientos de la vida lo van haciendo débil. A veces, cuando miro hacia el suelo, me veo cayendo y volando como en círculos hasta posarme suavemente en la acera. Se que eso pasará. Cualquier día, a cualquier hora, en un instante ínfimo y sin darme cuenta apenas, quizá cuando me cubra el rocío de la niebla de la mañana, quizá en un agite ventisco que en otro tiempo no me asustaba, quizá mientras duermo en estas noches profundas y heladas que por herir hieren hasta mis hondos sentimientos, quizá en un momento de pánico, arañando miedos y susurros de entre las ramas doradas. Pero pasará.

Cualquier día, a cualquier hora. Como si no pasara nada. Se romperá el hilo que me amarra a la vida y caeré. Rompiendo la vida como quien rompe un vaso de agua, rompiendo la esperanza como quien silba una canción, rompiéndolo todo en un soplo triste de silencios quebrados en quebradas muestras de finales inacabados.

Ese momento llegará. Pero me pregunto, angustiada, qué me espera allá abajo. Me quedaré expuesta a mi suerte, sin nadie que me recoja, sin tener un honorable final como me corresponde por los servicios prestados cuando era más joven. Quedaré a merced del viento que me llevará de un lugar a otro, alejándome de mis hermanas mayores. Algún perro hará sus necesidades encima. Alguna señora me pisará con su carrito de la compra. Algún niño me estrujará entre sus manos solo por ver como ruge mi carne reseca.

Quizá algún fotógrafo me inmortalice con su cámara o quizá algún vagabundo me utilice como lecho de sus noches frías.

Cuando era más joven, todo el mundo me alababa: mis formas eran casi perfectas, mi color radiante reflejaba los rayos del sol. Miles de pájaros revoloteaban a mi alrededor, me rozaban con sus alas y sembraban la vida cerca de mí. Ahora, a punto de morir, ni siquiera tengo la esperanza de que alguien me recoja en sus brazos, ni siquiera tengo a alguien que me mire como no sea para despreciarme. Solo soy una pobre hoja seca, vieja, cambiada de color. El sol ya no brilla sobre mi piel.

Solamente soy una hoja de otoño. Una de las últimas hojas de mi raza, una simple hoja de este árbol, en medio de esta ciudad que ni siquiera puede recogerme cuando muera.

¿A quién puede importarle lo que me pase? Mi utilidad pasó y con ella mi vida. Solamente soy ya una pobre hoja de otoño.

Angel Lorenzana Alonso