Samir entró en la tienda de antigüedades que tanto le gustaba visitar. Su profesor de dibujo, viendo las magníficas cualidades que aquel joven tenía para el dibujo y los pinceles, seguramente heredadas de su tía, Chada, la hermana de su madre, que se compraba libros gracias a los dineros que conseguía pintando retratos en el zoco, le había recomendado, hacía ya tiempo, que la visitara y saludara al dueño en su nombre.

           En la casa de antigüedades, al ver tantos cuadros, volvió a su memoria el día que salieron de noche, huyendo, como si fueran forajidos, del pueblo que había sido toda su vida. Él aún era pequeño, pero recordaba muy bien a su tía Chada, los dibujos colgados en la pared de la habitación, los cuatro lápices de colores que tenía y que le dejaba para que hiciera sus primeros dibujos sobre un papel color marrón que usaban para envolver los sueños. Eso era lo que le decían a él, cuando envolvían muy cuidadosamente huevos en aquel papel y luego los vendían en el zoco. Le llamaban así al papel, porque cada huevo vendido, pasaba a formar parte del sueño de salir de aquel infierno. Todo lo que sacaban vendiendo los huevos de tres gallinas que tenían escondidas, iba a parar a la bolsa que madre tenía guardada en el bote de la harina. En el papel de los sueños, hizo sus primeras filigranas, sus primeros monigotes.

           ¿Qué te trae por aquí Samir?

           – Que la vida nos sea propicia buen señor. Me preguntaba si seguía en pié aquella proposición que un día me hizo, de pintar en la trastienda y ganarme unos cuartos. A mi padre le han despedido del trabajo.

           -¡Desde luego! Según me comentaste ya tienes los dieciocho años ¿verdad? Samir asintió. Mañana por la mañana me acercaré a la asesoría para que te preparen el contrato de trabajo. Pero ya sabes que no puedes estar más de cuatro horas, lo primero son tus estudios.

           -Por supuesto señor. Muchas gracias. No le voy a defraudar. Muchas gracias.

           Samir salió de la tienda con los ojos inyectados en alegría. Lo malo será decírselo a madre. Pensó, pero la necesidad obliga y voy a ser muy feliz trabajando en algo que para mi es una diversión y una fiesta.

           -Muy pronto llegas tú hoy a casa. Le soltó Hala cuando apareció en la cocina.

           -Madre, verás. ¡No, no ha pasado nada malo! ¡No me mires así! Hala suspiró tranquila y esperó a que su hijo se explicase. Hoy he salido antes, porque el profesor de la última clase no ha venido. He pasado antes por la casa del anticuario, ese que te he comentado que vende de todo, pero sobre todo pinturas.

           ¿El  que te recomendó tu profesor de dibujo?

           Si. Solo que no te había dicho que el buen hombre, al verme dibujar y pintar, me propuso que trabajara para él. Parece ser que tiene gran prestigio y le hacen encargos importantes. Hoy me he pasado por allí, mañana me preparará un contrato para que pinte cuatro horas al día. Tú sabrás decírselo a padre, no quiero apenarle, pero necesitamos el dinero. Espero que pronto le vuelvan a llamar. Yo ya soy adulto.

Hala miró a su hijo y se acordó de su madre, el día en que se enteró en el zoco, de que su hermana se ganaba unos dinerillos dibujando. Las lágrimas invadieron la piel. En los poros del recuerdo, se nubló la mañana.

Mordida existencial: Cada huella perdida en el éxodo continuo que sufre la humanidad, es un pedazo de gracia, de esencia, de existencia que se va. Y…, todos somos parte de esas huellas perdidas.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.