Aventurado en aquel desierto, casi rojo, que le quemaba sus pies cansados y hastiados de tiempo y de distancia, metido hasta dentro en el sol aterrador que eliminaba pensamientos y pieles, adormecido de luz, amansado de tanto caminar y caminar, hizo un alto para secar su frente por dentro y por fuera, para intentar ver, dentro del silencio, ese otro silencio que le guiara de ahora en adelante.

Arrodillado en la arena apenas mojada por sus lágrimas, no quiso mirar al horizonte porque sabía que estaba demasiado lejos todavía para poder siquiera vislumbrarlo.

Quiso mirar hacia atrás… pero no pudo. Quiso mirar hacia arriba… pero el sol le cegaba y no pudo ver el azul de un cielo que nada había hecho por él. Quiso mirar abajo, hacia donde siempre, adonde mira la gente que tiene que arrodillarse cada día para pedir perdón por seguir existiendo.

Movió su cabeza y pensó en decir basta ya, pero no pudo. Pensó saltar sobre la arena, pero no pudo. Pensó tantas cosas que hasta su pensamiento quedó calcinado por el sol de este desierto de nadie y de todos. Pensó en no pensar pero ni siquiera eso le habían dejado.

Solo, con su silencio y su pena de siglos arrastrada hasta aquí desde siempre y desde su alma despierta y quebrada, se quedó callado. Como siempre, se quedó callado y no dijo nada. Ni siquiera una pequeña maldición para sus adentros. Ni siquiera un pequeño latido más fuerte que otro en su corazón.

Tan acostumbrado estaba a soportar y a no hacer nada que no se dio cuenta que la noche había llegado y que otro día había pasado y que mañana seguiría igual que ayer y que siempre y que nunca se atrevería a mirar de frente y a llamar a las cosas por su nombre.

Tan callado quedó que los de siempre le volvieron a pasar por encima, volvieron a patear su espalda y a postrarle de hinojos para que viera desde más cerca ese suelo del que nunca se levantaría. Tan callado quedó que su lengua se secó con la brisa de este desierto, de su desierto, y la arena de su cerebro apenas resbaló un poco, solo un poco, para recordarle que existía.

Angel Lorenzana Alonso