El rosario es el rosario.

Dijo el cura, y se quedó pensando en lo profundo de lo que había dicho.

La feligresa más antigua alabó aquellas santas palabras, más por reverencia a quien las dijo que por haber entendido lo que se quería decir. La feligresa se santiguó, saludó a sus vecinas y se fue con sus pucheros.

El vecino del cura no podía creer lo que estaba pasando. Aquel cura de siempre, que nunca se había pronunciado sobre nada, que se limitaba a leer siempre la misma misa y el mismo sermón, ahora se venía con esas.

La voz se corrió por el pueblo.

El alcalde, en funciones desde siempre, propuso levantar un monolito con la frase. La concejala de izquierdas dijo que no estaba bien levantar monumentos a gente de la iglesia. El concejal de derechas dijo que se oponía a todo y el concejal independiente dijo que tenía que ir a regar la huerta.

Y todo quedó en nada.

Pero la frase se hizo famosa y pasó de boca en boca y, todavía hoy, algún político la recuerda para subrayar que en este pueblo también hay personas inteligentes.

Angel Lorenzana Alonso