– Estoy molido, la excursión de ayer me ha dejado baldado. Admitió Remigio que llegaba renqueante por las agujetas de la caminata del día anterior.

-Pues a mí no me ha afectado tanto como creía. Dijo Rosa mientras se reía de los andares que traía Remigio.

– Tengo que admitir que yo con el andador, me siento segura, no he podido encontrar un asistente mejor. Dijo Rosalina.  Los tres rieron mientras rememoraban la leyenda de la encina solitaria que les había contado la guía de la excursión.

Recuérdanos la leyenda Remigio, dijo Rosa. Se aclaró la voz:

La encina solitaria es la única del entorno, que sobrevivió  al gran incendio sucedido hace muchos años. Estuvo muy enferma por culpa de las heridas provocadas por las llamas y por la gran tristeza que le produjo perder a todas sus hermanas. De hecho, ella estuvo manca durante muchos años. En la parte que el fuego la alcanzó, perdió su ramaje y se quedó un poco tullida. Quiso dejarse morir, para ella esta vida ya no tenía aliciente. Se había quedado sin los nidos que la poblaban, sin los animales que de ella se alimentaban, sin la alegría de la savia recorriendo su tronco y sus ramas, tan solo en una parte de ella latía el ritmo del verde pujando por dar  fuerza a su corazón. Aquel otoño fue el más duro de su vida, luego en el invierno, con el letargo de la vida, se le durmió el alma, hasta que en primavera, un pequeño abejorro estuvo merodeando por sus alrededores, observándola con detenimiento. -¿Te molestaría que hiciera mi casa en un recoveco que tienes en el tronco? Encina miró alrededor, no se imaginaba que el abejorro se dirigía a ella. – No sé, igual esta encina está un poquito sorda, no me contesta. Reconvino dijo el abejorro para sí. – De eso nada monada, le contestó Encina. Te he oído, pero me extrañaba que te dirigieras a mi, hace tanto que no pasa nadie por aquí…

Encina esponjó sus ramas, peinó sus hojas, se desperezó del largo y oscuro sueño en el que había estado sumida. Volvió a sentir en su savia el pellizco de la ilusión. El abejorro por su parte le mostró su gratitud, haciéndole unas cuantas acrobacias aéreas que la dejaron alelada.

Mordida existencial: Esta historia de final feliz, no lo fue tanto para el resto de bosque que murió. La naturaleza nos ha dado todo. ¿Hemos sido, como especie, buenos compañeros para ella? Simplemente tirar un papel en el suelo, puede dañarla. Observémonos.

Manuela Bodas Puente. Veguellina de Órbigo