-¡Viva la vida! Así se dirigía Adel a su primo Khaled.- ¡Por fin me han llamado de ese almacén para comenzar a trabajar! Dio un par de saltos de alegría. Khaled, que estaba ensayando una nueva obra de teatro de sombras para representar en el instituto que había cerca de su universidad, le abrazó.

-Y ahora… ¿Quién me ayudará a mí? Es broma, me las apañaré con alguno de los alumnos. Lo primero es lo primero. ¿Cuándo tienes que presentarte?

– Mañana a las cinco de la mañana. Así que cenaré y a la cama. Tengo que estar al cien por cien.

-Pues cenemos, parece que mis tripas ya piden alimento.

Los dos primos se sentaron a la mesa después de colocar utensilios y viandas. En la radio, se escuchaba buena música, pero era la hora del parte y entonces, la música se tornó ácida y mezquina. El locutor entró a saco en la primera noticia. “Doscientos muertos en tres días al intentar llegar a Europa en pateras”.

Se miraron y lloraron juntos. La vida seguía mostrando cada día, un lado cruel y triste. Cada uno recordó los días de brotes tiernos, allá en su tierra. Parecía que hubiesen pasado mil años. Recordaban cada uno para sí, el camino estremecedor que habían tenido que recorrer hasta llegar a la mesa que ahora tenía viandas.

-¡Viva la vida! Repitió Adel. –No tenemos derecho a quejarnos. Parece imposible que después de lo que hemos vivido, estemos vivos, pero lo estamos, y eso, eso no se nos debe olvidar en ningún segundo de nuestras vidas.

-Tienes toda la razón, corroboró Khaled. Estamos vivos y sanos. La vida nos ha dejado estar en su lado dulce y eso hay que celebrarlo en cada respiración.

Mordida existencial: Como Adel y Khaled, escuchamos prácticamente cada día, el goteo constante de seres humanos que muere en condiciones que los que tenemos una rutina diaria, no nos podemos ni siquiera imaginar.

Nacer y morir no es lo más importante, lo que de verdad es vital es el camino. El camino, marcado en algunos tramos y en otros, elegido al azar. En ese camino, el peor enemigo lo llevo conmigo. Lo malo es que la ignorancia y el egoísmo no me dejan verlo tan a menudo como debiera. Por eso quiero terminar estas líneas agradeciendo a la vida,  mi vida. ¡Viva la vida!

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.