Allí estaba.

Frente a mí, como un desafío, como el desafío que tanto estaba buscando pero que, a la vez, tanto temía.

Por fuera, el laberinto era precioso. La puerta de entrada estaba adornada con guirnaldas, invitándote a pasar. Un letrero decía “bienvenido” y se oía una preciosa música saliendo del interior. Su pórtico color oro lanzaba rayos al cielo, reflejando el sol del atardecer.

Reflexioné, no obstante. Toda mi vida deseé encontrarme en aquella situación. Me atraía, soñaba con ello, lo buscaba. Pero, a la hora de la verdad, plantado delante de la puerta, pensé en el paso decisivo que iba a dar. Sabía que, una vez traspasado el umbral, ya no habría marcha atrás. Las puertas de los distintos corredores se irían cerrando tras de mí y solo cabría la opción de seguir adelante.

¿Era ya tarde para volverse atrás? ¿Había alguna otra posibilidad? ¿Rodear el laberinto? ¿Dejarlo en paz para siempre? ¿Hacer como que no existía?…

Me senté en la arena. Ardía. Me levanté y caminé despacio hacia la puerta, con mi cabeza dando una y mil vueltas. Me detuve. Miré el laberinto. Era real. Allí estaba. Precioso. Inmenso. Tentador. Bello como ninguna otra cosa en el mundo. Atrayente. Traté de mirar atrás. No pude. La entrada me atraía. Estaba llegando. Estaba pensando. No valía pensar. Todo daba vueltas. Paré. No podía parar. Volví a mirar la puerta. Estaba llegando. Tenía que parar. No pude.

No sé cuantos corredores llevo andando. No sé cuántos me quedan por recorrer. Solo sé que sigo adelante, asombrándome ante este mundo desconocido, atrayente y lleno de riesgos. Un mundo de luces, espectacular, mágico, envolvente. He olvidado casi del todo como era el otro mundo, ese otro mundo que sé que voy a encontrar de nuevo cuando salga del laberinto, si es que alguna vez puedo o quiero salir. De vez en cuando, un vago recuerdo asoma a mi cabeza y pienso: ¿merece esto la pena?, y asiento y digo que sí, y sigo por los corredores, sigo adelante, adelante, adelante.

El laberinto me rodea. El laberinto me llena por fuera y por dentro. El laberinto es todo. El laberinto es a la vez solo un sueño, pero es un sueño perfecto, un sueño por el que todos debemos pasar, un sueño del que no queremos despertar.

El laberinto soy yo.

 Angel Lorenzana Alonso