No cabe duda que esta crisis sanitaria lleva a reflexiones sobre nuestro sistema político y también sobre nuestros dirigentes y sus capacidades de gestión.

Más allá de un federalismo inmaduro (después de 40 años) nos encontramos con que somos incapaces de encontrar mecanismos de cooperación eficaces para hacer frente a una emergencia nacional. Pero también nos encontramos con esos dejes que el marketing político ha traído a nuestras vidas, como es la confrontación como forma de control de masas. Tenemos una clase política donde hablar de gestión, que es aburrido, queda en detrimento del titular fácil y del trending topic ( y a la mente me viene una presidenta de una comunidad o un alcalde castellano de cuyos nombres prefiero no acordarme).

Mientras las ambulancias van a las residencias de ancianos y ven brotes descontrolados, seguimos sin presupuestos nacionales. Mientras los sanitarios se sienten abandonados, algunos están más pendientes de hablar del jefe del estado. Mientras miramos atónitos cómo crece el número de contagiados algunos prefieren hacerse fotos y marcar la escenografía para enviar mensajes.

Creo que si le preguntamos a cualquier ciudadano sobre nuestra clase política, una gran mayoría les pedimos que lleguen acuerdos. Más allá de partidos, colores o intereses. Pero esto también debe llevarnos a una reflexión interior como individuos libres que tenemos el deber de elegir a nuestros representantes.

¿Estamos dispuestos a votar partidos que lleguen a acuerdos con fuerzas políticas que estén en nuestras antípodas ideológicas? Por ejemplo, si usted vota al PP y llega a un acuerdo con ERC, ¿lo verá como una traición? O si usted vota al PSOE ¿cómo vería un acuerdo con Vox?

Pedimos a nuestra clase política que busquen soluciones pero la estrategia y la táctica electoral les lleva al conservadurismo, a no querer perder ese votante que saben que les penalizará un acuerdo de este tipo. También sus rivales políticos estarían atentos a este movimiento para ahondar en ello como una debilidad y conseguir más votos. No nos engañemos, los partidos son como empresas que a diferencia de vivir de las ventas, sobreviven de subvenciones por número de escaños y votantes.

Como reflexión final, debemos ser racionales ante a esta situación y saber que somos nosotros los que en unos años podemos cambiar esa forma de hacer política. No será fácil ni se conseguirá en las próximas elecciones, pero que estos días raros nos lleven a ser valientes y en no ver en las transversalidad un enemigo sino una fortaleza. En resumen, necesitamos cambiar el chip para cambiar a unos mejores dirigentes.

José Manuel fuertes Liquete