Apartó la tela que hacía las veces de puerta en la tienda de campaña,  su casa durante varios meses. Ya se estaba formando la fila para recoger los alimentos. Volvió adentro y meció suavemente a su hermano.

-Vamos, despierta, tenemos que hacer cola para traer comida.

Su hermano le miró con los ojos cargados de lágrimas.

-¿Qué te pasa? –Nada es que soñaba que estábamos jugando con madre y padre a “palabras cortadas”. ¿Te acuerdas? Luego fue cuando cayó el obús y la oscuridad nos dejó sin nada. El llanto se hizo mar. Un mar de oleaje oscuro, la tormenta no cesaba.

La madre de la familia que compartía con ellos la tienda, se acercó y acarició al muchacho.

– Tranquilo, esto pasará. “El tiempo todo lo cura”. He oído que nos van a trasladar a otro campamento para refugiados donde tendremos casas prefabricadas o contenedores hasta que nos envíen a nuestro último destino.

– Como en el cuento de los tres cerditos, de casas de papel, a casas de cartón o plástico y luego… Pero el lobo de la guerra y la desigualdad ya nos ha quitado tanto…, que a mi me da igual todo.

-No hables así. Si te oyera madre se pondría muy triste.

Salieron todos, los cuatro miembros de la misma familia y los dos hermanos, había que recoger las viandas. La lluvia era fría y el viento helaba las lágrimas.

A pesar de todo, tenían un refugio, y contaban con el cariño que aquella nueva familia les aportaba.

Pero en el horizonte no se veía ninguna señal de mejoría. Habían escuchado en el campamento, que los países hacia los que se dirigían, estaban poniendo trabas y negativas para dejarles entrar.

Ellos no merecían mucho la pena. Eran refugiados.

Regüeldo: Hace tiempo, aunque no tanto, como para haberlo olvidado, una guerra en este país, convirtió a muchas personas en refugiados. Gracias al refugio que tuvieron en otras tierras, pudieron reanudar sus vidas. Todos nacemos desnudos. Todos merecemos las mismas oportunidades.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.