Cuando los días y las noches sean demasiado calientes, los habitantes de ciudades serán los primeros en tener problemas

Existe un asesino silencioso que se cobra más vidas que los huracanes o las inundaciones: el calor. Sin ir más lejos, la ola de calor que azotó Europa en 2003 dejó más de 70.000 muertos, casi 20.000 de ellos en Francia. Muchos parisinos ancianos se cocieron hasta la muerte en sus apartamentos. Año tras año, el calor reclama vidas. Desde 1986, el primer año que el Servicio Meteorológico Nacional alertó de los datos sobre muertes relacionadas con el calor, el recuento de víctimas por el calor va en aumento.

A medida que los gases de efecto invernadero se acumulan en la atmósfera, se espera que aumente el número de víctimas. Las temperaturas probablemente seguirán batiendo récords mientras el dióxido de carbono, el metano y otros gases continúan calentando el planeta. Las olas de calor (clima inusualmente cálido que dura dos o más días) probablemente serán más largas, más calientes y más frecuentes en el futuro.

Más allá de las muertes, los científicos están comenzando a documentar otras pérdidas: el calor parece robarnos el sueño o la inteligencia. “El calor tiene la capacidad de afectar a todo el mundo”, dice Rupa Basu, epidemiólogo de la Oficina de Evaluación de Peligros para la Salud Ambiental de la Agencia de Protección Ambiental de California en Oakland. Todos somos vulnerables.

Muchos ven el calor más como una molestia que como una amenaza, pero el cambio climático, el calor extremo y la salud humana están entrelazados. En 20 años podría ser un problema muy grave. Se espera que la cantidad de días cada año por encima de los 35 ° Celsius aumente y las temperaturas medias de verano alcanzarán nuevas cotas si las emisiones de gases de efecto invernadero se mantienen tan altas.

El cuerpo humano no puede tolerar el calor excesivo. Los procesos biológicos y químicos que nos mantienen vivos se realizan mejor a una temperatura central de 36 ° a 37 ° C, con una ligera variación de individuo a individuo. El cuerpo intenta siempre deshacerse del calor excesivo. Los vasos sanguíneos de la piel se dilatan y la frecuencia cardíaca aumenta para impulsar el flujo de sangre hacia la piel, donde la sangre puede liberar calor para enfriarse. De la misma manera, sudamos para refrescar la piel.

Con la exposición repetida a altas temperaturas, el cuerpo puede volverse más eficiente para eliminar el exceso de calor. Pero hay un límite de cuánto puede ajustarse el organismo, lo que depende de la salud subyacente de la persona y de la temperatura y humedad ambiental. Si el exterior está más caliente que el cuerpo, la sangre en la superficie de la piel no liberará calor. Si la humedad es alta, la sudoración no enfriará la piel.

Obligado a regular el calor sin interrupción, el cuerpo se desgasta. El agotamiento por calor produce debilidad, mareos y náuseas. La capacidad para regular el calor se descompone y la temperatura corporal central alcanza o excede los 40 ° C. En este caso, podemos sufrir un golpe de calo que puede provocarnos convulsiones o hacernos entrar en coma.

Fuente: muyinteresante.es / Sarah Romero / Ambientum