Se quedó sola cuando menos lo esperaba. Y aquella ciudad no estaba preparada para una mujer sola. O quizás es que ella no estaba preparada para vivir sola en una ciudad como ésta.

Fue de repente. Un ataque al corazón se llevó a su marido en aquella tarde de verano. Y la dejó sola en esta casa grande, llena de criados y caballos. Pero ni con unos ni con otros podría ir al Casino, o a la Opera, o simplemente a dar un paseo por la Plaza Mayor. Estaba sola.

Todas sus amigas, y las enemigas también, tenían siempre a alguien que las acompañara. Ella no. No era cuestión de buscar amantes, que eso nunca le había faltado. Estos se podían buscar entre los conocidos. Pero no eran válidos para acompañantes. A las amigas no estaba bien quitárselos y las enemigas harían todo lo posible por retener a los suyos. Y no era tiempo ahora para entrar en guerras absurdas. Desde que su marido murió, todas procuraban esquivarla, por si acaso.

Era más guapa que ellas y se conservaba muy bien a pesar de sus casi cincuenta años. Cualquiera de los hombres de la ciudad estaría orgulloso de que ella fuera de su brazo. Pero no le cabía duda que ahora estarían bien atados a sus dueñas. Por este lado, poco podría hacer.

Pero tenía que buscar una solución. Y rápido. La nueva temporada se estaba echando encima y ella seguía estando sola. Así, no podría ir a ningún sitio. Las fiestas de sociedad a las que pudieran invitarla tendrían que quedarse sin su presencia si no encontraba pronto un acompañante. A los actos sociales tampoco podría acudir. No podía ir dando lástima por la vida. Algo tenía que ocurrírsele.

Descartadas las posibilidades “internas”, por los riesgos que conllevaban, tendría que acudir al mercado exterior. De allí podría venir la solución aunque tampoco era cuestión de “salir a buscarla”. No estaría bien visto.

Tuvo que esperar. Pero a veces las cosas se arreglan solas. Como si hubiera salido de la nada, aquel hombre empezó a verse por la ciudad. Era el hombre ideal para ella. Alto y bastante agraciado, con una cierta culturilla popular, con don de gentes y una lengua dicharachera e ingeniosa. Todas las damas de la ciudad trataron de hacerlo suyo pero ninguna se atrevió a soltar su presa segura. Se contentaron con hacerlo amante ocasional. Además, nadie sabía quién era ni de dónde había salido. En estas épocas, una no podía arriesgarse.

Pero nuestra bella dama apenas tenía nada que perder. Lo buscó y, lógicamente, lo encontró. No hizo muchas preguntas ni él se ofreció a dar demasiadas explicaciones. Primero un café, más tarde una cena, después una salida al paseo, las cosas se fueron sucediendo como siempre se suceden las cosas. Máxime cuando ambas partes persiguen lo mismo.

A los dos meses, los hechos estaban asentados y aquel hombre ya vivía en casa de la dama. Era fácil vivir allí, con siervos a los que mandar y una mujer que satisfacía los caprichos. Las conversaciones entre ellos eran más bien silenciosas y, cuando había palabras de por medio, ambos se referían al futuro y muy pocas veces al pasado.

Quizás por eso ocurrió lo que suele ocurrir.

Las viperinas lenguas de la ciudad fueron inventando historias a falta de datos constatados. Y alguna de estas lenguas, seguramente por despechos o por envidia, buscó más allá de lo dicho y mandó buscar un poco más todavía. Y como casi siempre, cuando algo se busca, algo suele encontrarse.

Alguien informó a los que preguntaban y alguien habló de lo que quizás no tenía que hablar. Pero todo empezó a correr y fue llegando a la ciudad y a los oídos de la bella dama. Ya procuraron algunos y algunas que ella se enterara.

No hizo mucho caso al principio, pensando que eran bulos maldicientes producto de lo de siempre. Pero fueron haciendo mella y produciendo brechas en su pensamiento. Ya no salía con orgullo por la calle y, poco a poco, fue reduciendo fiestas y salidas de su casa.

Algunas cosas las desechó por completo, pero otras iban coincidiendo con otras que ya sabía. Y las sospechas surgieron y fueron creciendo a medida que el tiempo pasaba. Y mandó ella también investigar.

“No encontramos nada”, le dijeron. Pero ella insistió y les dio más pistas por donde seguir. El pasado no se puede ocultar del todo, decía ella. Y si había algo, ella debería saberlo. Ese hombre no podía haber salido de la nada.

Pero fueron los investigadores pagados por sus envidiosas vecinas los que encontraron algo. Y una vez encontrada la punta del hilo, solo había que ir tirando hasta encontrar el ovillo. Un ovillo demasiado negro y con tantas agujas incrustadas en él que la bella dama prefirió haber pasado sin enterarse.

Ese acompañante que tan bien parecía estaba ya casado. Y no solo una vez, sino tres, con tres mujeres distintas y a la vez. Ahora estaba huido de ellas y escondido con distinto nombre en esta ciudad.

Ella le preguntó de frente y él no lo negó. Ni se disculpó por ello. “Es mi forma de vida”, le dijo.

La bella dama sopesó las opciones que tenía y se decidió por la que mejor le pareció: más vale pájaro en mano que tener que empezar otra vez de nuevo.

Todos se reirían de ella si volvía a quedarse sola.

 

Ángel Lorenzana Alonso