
Tomarse una dosis de migas diarias, al menos dos veces al día, de este pan nuestro de cada día, que debería ser el libro, es una dieta estupenda. Esta receta, la de leer unas cuantas páginas del libro que traigamos entre manos, aplicada con la misma rutina con la que nos cepillamos los dientes, sería muy saludable, ya que mientras lees, se limpian las neuronas de la carga diaria de trabajo y el dale que te pego con todos los extra-ocios que nos hemos impuesto. Cuando tienes un libro entre las manos, se sosiega la rutina, porque entras en el país de la creación, la del autor, pero sobre todo la tuya propia, porque el lector, es el que da vida con su propia imaginación al contenido de cualquier obra. Mientras tienes un libro entre las manos, te conviertes en los tiempos que se reflejan en sus páginas, te vuelves personajes de ti mismo respirando por el trayecto de sus hojas. Leyendo vas construyendo un camino alado por el que transportarte sin moverte del mismo espacio en el que habitas. Un libro es un venero de conocimientos y sensaciones que te enseña a protegerte de tus propios errores, porque puede que ese pan de letras que tienes entre las manos, contenga alguna copia de tu propia manera de ver la vida, o por el contrario sea muy diferente y te enseñe a comer esas migas duras que se van quedando en el cajón que hay en la mesa, que hace las veces de panera, y en el que van quedando los sedimentos del pan nuestro de cada día.
El párrafo precedente, viene a cuento de que el pasado 25 de abril, celebramos en la biblioteca de Veguellina de Órbigo el día del libro. Nuestra querida y solícita bibliotecaria Helena José Garcia Fraile, comandanta y creadora del club de lectura más preciado y precioso del mundo, nos preparó, a cada uno de los miembros del club de lectura y a todos los que quisieron participar, los papeles para leer la obra de teatro de William Shakespeare titulada “La fierecilla domada”. El resultado fue único, nos lo pasamos chupi canela. Esos buenos ratos bien valen ese pan hecho con mimo y recubierto de tapas, blandas o duras, llamado libro. Ese pan de letras es la manera de verse en el espejo de la vida. Y si además, perteneces a un club de lectura, apaga y vámonos, ahí podemos decir que existe la cuasi-perfección.
Lamiguería. Gaza, Gaz, Ga, G…, no sé cómo se escribe media G, pero es lo que queda de Gaza, o ni siquiera eso. Cuando este exterminio de gazatíes nuble el sol, tendremos cada uno una mancha de culpa en nuestro propio adeene. Pero entonces de nada servirá lamentarnos. Sobre Gaza se escribe mucho, pero como siempre, leemos entre líneas solo lo que queremos leer. Que el tiempo y el espacio se apiaden de nosotros.
Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.