“Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Antonio Machado

Era un hombre bueno, de los pocos que quedan por esos mundos. Tendría defectos, como cualquiera, no lo niego, pero no eran de los que molestaran a los demás.

Nació ya en la casa nueva, cuando yo acababa de cumplir los cuatro años. Apenas me acuerdo, pero me acuerdo. Era una novedad importante tener un hermano en casa.

A aquella casa fueron llegando animales, como en cualquier casa de labradores. O estaban ya algunos o fueron apareciendo según las necesidades: una nueva vaca, “Polilla”, un nuevo caballo, “Rubio”… y dos gatos. Siempre mi recuerdo de Toño está unido a “sus gatos”. Desde la pareja, negro y rubio, a los que ató a la rueda del carro y nos vimos negros para desatarlos y quitarles la cuerda de sus cuellos, hasta su Leopoldo actual, pasando por los Vilorio, Adriana, Recesvinto, etc.

Podría contar mil historias de mi hermano. Todas ellas no dejan de ser anécdotas de su vida que indican su unión con las cosas del pueblo, de nuestro pueblo: el frío del invierno durmiendo en el piso de arriba cuando éramos pequeños, la herida de la pata de una vaca por jugar con la guadaña, los cortes de pelo entre primos, etc., etc. El caballo no se atrevió a bajar su pata cuando cayó dormido y su cuerpo quedó bajo sus patas. Allí estuvo hasta que mi padre lo quitó. Las vacas le obedecían y los gatos, a pesar de todo, no se separaban de su lado. Y corrían a esperarlo a la puerta cuando su coche enfilaba la carretera del pueblo, a dos kilómetros de distancia.

Él heredó de mi padre el amor por los gatos y por la tierra de su pueblo. Él cuidaba el huerto y las casas, las suyas y las mías. Nunca hubo vallas entre ambas y un único pozo regaba todo. Él sabía esas cosas que a mí se me escapaban, por mis años de ausencia y por mi mayor desapego. Quizás no era, en realidad, desapego sino más bien cierta despreocupación. Para eso estaba mi hermano.

Quedó cerca de nuestros padres mientras yo recorría otros mundos con motivo de mi trabajo. Siempre estaba cerca de ellos. Yo estaba tranquilo, mi hermano estaba ahí, para lo que hiciera falta. Siempre estaba ahí.

Cuidó de ellos, de su pueblo y de mi pueblo. Con su mujer y sus hijos, mantuvo lazos que a mí se me fueron escapando. Lazos con nuestras raíces. Buscó recuerdos de antepasados y ayudó a que el pueblo siguiera vivo, manteniendo vivas las costumbres (como el juego del truco), las fiestas de siempre, las bodegas…

Fue un amante de la familia. Ella era importante en su vida. Siempre fue un buen hijo y un buen hermano. Un buen esposo y un buen padre. Y un buen sobrino y un buen primo. Y buen cuñado y buen tío. Era bueno con todos y procuraba que se mantuvieran cerca y unidos.

Vivió en la ciudad pero también en nuestro pueblo. Y formó parte de él. De sus casas, de sus calles, de sus tierras. Fue uno más entre sus vecinos y era querido por todos. Ayudaba cuando podía y se unía al pueblo en sus recuerdos y en sus costumbres y celebraciones. Incluso llegó a sustituir al cura cuando éste no acudía a la misa del domingo.

Como dijo su tocayo, el señor Machado, “nunca persiguió la gloria”, pero es seguro, créanme, que estará en la memoria de los hombres.

No te olvidaremos, hermano Toño. Gracias por habernos dejado compartir contigo un poco de tu vida.

 

Ángel Lorenzana Alonso