Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… Juraría que eran diez, dijo la gallina al contemplar a su prole. Había contado una y otra vez los huevos que había reunido para empezar a incubarlos. Eran diez, estaba segura. Y ahora solo había nueve. Empezó a buscarlo hasta que encontró el huevo que faltaba. Había quedado fuera y sin incubar. Tendría que contentarse con los nueve.

Todos amarillos, menos uno que era negro y con el cuello blanco. Ese que cuando pasaba delante del gallo se ponía tieso. Y ambos se miraban de una manera rara. Uno sospechaba y el otro presumía por ser diferente. La gallina miraba al pollito, miraba al gallo que la miraba y seguía juntando y tratando de enseñar a sus crías a andar por aquel mundo adverso y lleno de peligros.

Los agrupó y les trató de explicar que había que caminar en fila india. Los polluelos, que no sabían nada de filas y mucho menos de indios, miraron con asombro a su madre y se dispusieron a cruzar el camino. Eso sí, de uno en uno, como hacían siempre los pollos sin necesidad de explicaciones de la señora gallina.

Al otro lado, todos juntos y revueltos, trataban de dar caza al único gusano que había por los alrededores. Era bastante grande y a veces se les encaraba. Tuvo que venir la madre a poner orden y, de un golpe de pico, acabó con el gusano y se lo entregó al mayor, su predilecto y el que más protestaba siempre. No era propenso a dejarse aconsejar y creía tener más derechos y menos obligaciones que los demás. Había nacido unos minutos antes que sus hermanos, pero les recordaba que, cuando logró salir del cascarón, su madre estaba allí, para él solo, sin competencia alguna. Y, durante algún tiempo, fue el único. Por eso, pronto se erigió en jefe de la manada. Ordenaba y mandaba en ausencia de la madre y, a veces, también en presencia de ella.

Cuando alguno de los otros levantaba la voz, o el pico, más de lo necesario, bastaba con una mirada para acabar con cualquier intento de sublevación. Solamente el pollito negro refunfuñaba y, amparado y protegido por la gallina, hacía un poco lo que le daba la gana. Quería mandar pero no encontraba sobre quien ejercer su poder. Por eso, en cuanto pasaron apenas dos semanas, cogió su petate y se fue a ver mundo. Casi ni se despidió.

Pronto fue encontrando otros pollos que, como él, eran diferentes. Nada tenían que ver con el color amarillento de sus hermanos y, también como él mismo, habían decidido abandonar el corral de sus madres. Tuvieron que buscarse la vida, pero en grupo era más fácil. Y, pronto, comandados por el pollo negro con el cuello blanco, formaron lo que ellos mismos denominaron como La Banda del Pío-Pío.

Y muy pronto fueron conocidos y temidos en las granjas de los alrededores. Atacaban de noche, cuando sus congéneres estaban dormidos en sus palos de confort, robaban el grano y herían, si era necesario, a gallinas y gallos que se opusieran.

El hermano mayor del jefe de esta banda habló con su madre y le comentó que iba a salir al encuentro de su hermano. Cuando el gallo se enteró, corrió a unirse al grupo de búsqueda. Nunca le había gustado aquel pollo. Algo tenía, quizá su mirada insolente, que no le gustaba.

Se encontraron de mañana en las afueras de un pueblo vecino. Aquella noche habían afilado sus espolones y sus picos estaban listos para el ataque. Unos y otros se conocían y se temían. La banda del Pío-Pío era más experta en peleas pero temían enfrentarse a este grupo, decidido y hábilmente dirigido. Los jefes de ambos grupos se adelantaron, dieron vueltas el uno en torno al otro, se miraron amenazadores. Se conocían de sobra, no en vano eran hermanos, y ninguno de ellos quería un enfrentamiento directo con el otro.

El gallo, que andaba por allí, se puso al lado del hermano amarillo y criticó al bandolero a quien no acababa de considerar hijo suyo. Los demás no sabían qué hacer. Por un lado, el hermano mayor les intimidaba y hablaba del sentido del deber, del amor a la madre y del respeto a las costumbres. Por otro lado, la vida aventurera del pollo negro les atraía y les hacía soñar con una vida en libertad, con peligros e incidencias novedosas cada día.

La lucha acabó antes de empezar.

 

Angel Lorenzana Alonso