Night sky with milky way and huge amount of stars.

El niño había madrugado, como casi todos los días. Hasta la escuela le quedaba un buen trecho para caminar. Dijo un adiós apresurado, puso el abrigó y salió corriendo de su casa. Era todavía de noche. Diez pasos más allá de la puerta, se paró en seco y miró al cielo oscuro. Algo raro estaba pasando. Volvió corriendo a la casa, gritando: “Mamá, mamá, las estrellas han desaparecido”.

Los científicos de todo el mundo estaban asombrados ante lo sucedido y no encontraban ninguna explicación. Enfocaron sus telescopios pero no vieron nada. En el cielo nocturno solamente la luna y algunos planetas brillaban como siempre lo habían hecho. Todo lo demás había desaparecido.

Buscaron respuestas, se hicieron nuevas preguntas y se elaboraron teorías de lo más variado: que si un polvo sideral rodeaba nuestro sistema solar y nos aislaba del resto del universo, que si alguna especie de movimiento cósmico había lanzado nuestro sistema a algún lugar desconocido, que si todas las estrellas habían acabado su combustible y se habían apagado, que si fuerzas misteriosas y desconocidas hasta ahora nos habían empujado más lejos y la luz de las estrellas aún no había llegado, que si…, que si… lo otro. Es fácil decir tonterías cuando no se sabe qué está pasando.

Los sacerdotes, imanes, patriarcas, monjes, cohens,  brahmanes, pastores, levitas, rabinos, obispos, presbíteros, hechiceros, brujos, pontífices, augures, quindecenviros, arúspices, hermanos arvales, curiones, septenviros, epulones, feciales, superintendentes  y,  en general, todos y cada uno de los representantes y predicadores de las muy distintas religiones y espiritualidades del planeta, no sabían que decir. A unos les dio por hablar de que ellos ya lo habían previsto. A otros, que sus profetas habían predicho las diversas apocalipsis y que todo esto ya se veía venir dadas las perversiones del mundo actual. Y todos se apresuraron a adaptar sus religiones y creencias a los nuevos acontecimientos. Y todos se prepararon para una época convulsa en el ámbito espiritual.

Y no faltaron, no podían estar callados, los que clamaron para achacar todo esto al cambio climático, al excesivo consumo de carne o al desorden producido por los siglos de machismo que hemos padecido. Incluso algunos vieron en ello las consecuencias de algunos gobiernos (de derechas o de izquierdas según la tendencia) que con sus malvadas ideologías habían conseguido que las estrellas desaparecieran.

Pasado algún tiempo, en la cueva más profunda de las montañas más altas del planeta, un hombre anciano, muy anciano, vestido de blanco, se despertó, estiró sus brazos para desperezarse, se asomó a la entrada de la gruta y pensó: “creo que esta vez me he pasado un poco con la siesta”.

Y cogió su paleta y sus pinceles y comenzó a pintar las estrellas en el cielo nocturno.

 

Angel Lorenzana Alonso