Por la calle principal de esta ciudad, un señor ya mayor, con su bastón gastado de años de caminar, se levantó de su asiento en la terraza del bar y se dirigió, casi corriendo, a Doña Victorina Alonso diciéndole: “Me habían dicho que se había usted jubilado pero… quién me atenderá cuando vaya al ambulatorio por mis pastillas?”.  Victorina se paró, le saludó por su nombre, le preguntó por su salud y por si había tomado las pastillas que ella le había recetado ya hacía un mes. Y la doctora le explicó que, aunque ella estuviera ya jubilada, otros médicos le iban a atender. Y hablaron de su mujer, del hijo que estaba en el extranjero, de la pierna que le seguía doliendo… El anciano, cuando se despidió, lo hizo con un “pero no será lo mismo, doña Victorina, ya no será lo mismo”. Y dos lágrimas, una en cada cara, estuvieron a punto de brotar.

Apenas dos días antes, Victorina Alonso Fernández, médica, había colgado su bata y su fonendoscopio y se había marchado de un ambulatorio que era su casa principal. Muchos años, muchos pacientes, muchos recuerdos (quizá ya demasiados) quedaban atrás. Toda una vida dedicada a lo que más le gustaba hacer: ser médica de familia.

Había nacido en Sueros de Cepeda, aquí al lado, estudió medicina en Madrid, hizo sus pinitos profesionales por aquellas lejanas tierras pero no pudo resistir la tentación y hace casi cuarenta años vino a instalarse como médica en los pueblos que ahora pertenecen como pedanías, a la ciudad de Astorga: Valdeviejas, Castrillo de los Polvazares, Murias de Rechivaldo y Santa Catalina de Somoza.

No tardó mucho en ocupar una plaza de médica en el ambulatorio de Astorga. Y allí siguió hasta hace unos días. Hubo momentos en que, sin dejar de ser médica, le tentó la política. Ocupó cargos de procuradora y fue, incluso, concejala y alcaldesa de Astorga. La política siempre estuvo en su cabeza pero nunca dejó de ser médica, su profesión por excelencia.

Su lista de pacientes es interminable. Fue, es y seguirá siendo médica por encima de todo. Seguirán consultándole por la calle o allí donde la encuentren. Y siempre tendrán una palabra amable y la ayuda que necesiten.

Su lista de amigos es más grande todavía. Siempre será Doña Victorina, o Viti a secas. Y siempre, como buena doctora, seguirá estando al servicio de los demás.

Y ten en cuenta, amiga Viti, que los médicos pueden jubilarse pero los amigos no.

Angel Lorenzana Alonso