Dijo el rey:                        

“Todos los días, tú te lo puedes imaginar porque bien nos conoces, la reina y yo hemos pensado en venir a visitarte. Pero, ya sabes, de un día por otro, las obligaciones reales son muchas y no dejan tiempo para nada. Siempre decimos mañana vamos y, después, el tiempo se te pasa volando… Cuando vienes de las cacerías, acabas agotado, los asuntos diarios de recibir a los siervos, arreglar disputas entre ellos. Y después, las sesiones odiosas de la reina y yo para probar trajes y vestidos… ya sabes cómo odio esa cosas… En fin, que nos preguntábamos siempre que cómo estarías…

Porque, recordamos siempre aquel día en que, a pesar nuestro, tuvimos que tomar aquella decisión que no era de nuestro agrado pero… Ya sabes que, para eso, tanto la reina como yo, siempre tratamos de ser ecuánimes e imparciales. No queremos hacer distingos ni tratar de favorecer a unos porque sean más cercanos que otros. Por eso, en aquel momento, muy a nuestro pesar, los hechos nos llevaron a obrar como lo hicimos. Y repito, muy a nuestro pesar…

¿Cuánto hace? Ya casi no me acuerdo, pero… lo que sí es cierto es que no ha pasado un solo día en que tanto la reina, tú ya la conoces, como yo mismo, en que no hayamos pensado en ti. Y, es más, nos hemos jurado que al día siguiente teníamos que bajar a verte…

Pero… Es que son tantas y tantas las obligaciones de un rey que no encuentras tiempo para lo que quieres hacer. El reino te exige y te exige. Pero ayer me dije “de mañana no pasa”. Y aquí estoy, por fin he pasado a verte. Que, por cierto, sí que te encuentro cambiado… bueno, la verdad es que, como sin querer, se nos han pasado los años, porque ¿cuánto hace ya?, no me lo digas, no me lo digas, déjame recordar… estábamos recién casados, la reina y yo, cuan tú, sin pensártelo dos veces, hiciste aquello que no quiero recordar siquiera pero que fue muy molesto para nosotros. A veces, se lo cuento a nuestro nieto el mayor, claro está que tú no lo conoces, y se asombra, él que está a punto de tener un hijo, y se pregunta cómo fuiste capaz y cómo tanto su abuela como yo fuimos capaces de soportarlo.

Por eso, aunque nosotros ya hemos casi olvidado todo, tanto nuestra hija, a la que tampoco conoces pero que de vez en cuando nos pregunta por ti, como el nieto del que te hablaba, siguen sin olvidar el asunto, aunque ellos no lo hayan vivido personalmente. Pero la gente lo comenta en la corte, ellos lo oyen y siguen sin comprender cómo pudiste llegar a hacerlo.”

El prisionero trató de hablar pero no pudo por la falta costumbre y porque tampoco las ideas le venían a la mente para poder contestar a su rey. Casi cincuenta años de encierro y soledad habían agotado su lengua, su vista y casi todos sus movimientos.

Y el rey continuó:

“… Mira que lo hemos comentado miles y miles de veces. Tú eras el preferido entre nuestros vasallos, el paladín de la reina. El caballero más fiel y el que mejor….Tú gozabas de nuestros favores, eras el preferido, nuestro amigo, casi nuestro hermano… pero aquello lo cambió todo.

Te veo un poco envejecido. Les diré a los guardianes que, aunque tengas que seguir siendo un prisionero, no por eso te deben tener tan descuidado. No es cuestión de que, algún día, se le ocurra bajar  a la reina y te encuentre en este estado tan lastimero… Sería un duro golpe para ella… con lo que ella te apreciaba.

O mi hija, que siente curiosidad por conocerte ya que tanto le hemos halado de ti. Está muy intrigada por lo que pasó y que ha llevado a esta triste situación. Al principio, no nos atrevíamos a contárselo y ahora… Ahora, la verdad, ni la reina ni yo nos acordamos ya de lo que ocurrió. Por cierto, ¿tú te acuerdas?”

El prisionero se puso a pensar. Las imágenes se confundían en su cabeza. No lo tenía nada claro. Había pasado ya demasiado tiempo.

Se miraron. El prisionero miró al rey pero no se atrevió a decirle nada. En sus recuerdos estaba una pareja real joven… El rey miró de nuevo al prisionero, lo recordó mucho más joven, tampoco se atrevió a decir nada más y, sin despedirse siquiera, subió las duras escaleras que conducían a sus aposentos reales.

Probablemente, nunca más volvería a bajar a ver al prisionero.

Angel Lorenzana Alonso