Guadalquivir, alta torre//

y viento en los naranjales…//

¡Ay, amor/ que se fue por el aire!… //

¡Ay, amor/ que se fue y no vino//

                                      F.G.Lorca

Llega la viajera a la capital Hispalense y la reciben dos preciosos niños belgas, con sus padres, y una fragancia delicada y tenue que todo lo impregna, la flor del naranjo.  Flor blanca, -al–azahar- (en árabe), cuyas propiedades hipnóticas y ansiolíticas  son conocidas desde tiempo inmemorial; quizá por eso, porque calma los ánimos y tranquiliza los ardores, es por lo que los sevillanos son alegres, tranquilos y relajados. Su amabilidad y su sonrisa contagian y hacen más placentera la estancia en esta ciudad de más de medio millón de  habitantes, llena  de turistas, visitantes y viajeros que admiran la Catedral, visitan la Torre del Oro  o se sorprenden con las imponentes vistas que “El Metropol Parasol” ofrece. La polémica construcción de este emblemático edificio sacó a la luz trece siglos de historia, un conjunto de restos arqueológicos llamados  Anticuarium.

El Metropol fue rebautizado por los sevillanos como “Las Setas de Sevilla” una obra de madera laminada inspirada en las bóvedas de la catedral sevillana, diseñada por el arquitecto alemán Jürgen Mayer y que es hoy uno de los atractivos turísticos de  la ciudad.

En el Alcázar, si se mira bien, pueden verse aún a los califas almohades paseando por sus estancias, a  Fernando III el Santo o a Pedro I el Justiciero disfrutando del atardecer en los variados jardines que rodean y adornan estos conjuntos históricos. Entre todos, destaca el Palacio Gótico y el Jardín de los Poetas. Para los niños, lo más interesante fue ayudar a tres patitos que se habían caído a un pequeño canal seco y no lograban salir. Dos consiguieron saltar, pero el más chiquito no podía. Uno de los chiquillos se adelantó y pudo ayudarle. Luego, todos estuvimos pendientes de que alcanzara a su madre.

Alivio y aplausos.

La iniciativa merecía un balón de regalo y una rica comida en alguno de los múltiples restaurantes que rodean la zona.

En la memoria quedaba el recorrido por  el Salón de los Pasos Perdidos y por el Jardín del Laberinto, del que no lográbamos encontrar la salida. Tras varios intentos y algo de preocupación, nos dimos cuenta que había que salir por donde habíamos entrado.

Como la vida misma, pensé, “comenzar por el principio y soluciones sencillas”.

Era necesario  que los muchachos estrenaran el balón y para eso nada mejor que el parque más famoso de Sevilla,  el de María Luisa, que fue donado a la ciudad por la duquesa María Luisa de Orleans en 1893. Allí, los sevillanos, y quienes visitan la ciudad, pasean en bicicleta, hacen deporte, o se dejan llevar por hermosos caballos blancos en carruajes de época, entre lagos, fuentes, y glorietas, rodeados  de acacias y flores.

Los chicos juegan al balón y reman en los canales que circundan la Plaza de España. Mientras, los adultos, descansamos plácidamente acariciados por el tibio sol primaveral y admiramos los azulejos que adornan los bancos alusivos a las cuarenta y ocho provincias españolas

A lo lejos suena una guitarra.

Leemos que  esta plaza fue la obra más importante realizada para la Expo de 1929, que su forma semicircular simboliza el abrazo a las antiguas colonias españolas y  que los cuatro puentes del canal representan las cuatro antiguas coronas de España (Castilla, León, Aragón y Navarra).

Visitamos la Catedral, la mayor después de San Pedro en Roma y San Pablo en Londres, erigida sobre una mezquita mandada construir por el califa almohade  Abu Yacub. Los cristianos la usaron durante casi dos siglos para realizar su culto sin cambiar nada. Después, el mudéjar dejó paso al gótico y éste al barroco.

El conjunto monumental de la Iglesia-Catedral de Santa María de la Sede, lo completan el Patio de los Naranjos,  la Capilla Real y la Giralda; ésta es la torre más representativa de la ciudad, fue iniciada en el siglo XII como alminar almohade  a semejanza del de  Kutubia en Marrakech.

​ Los niños querían ver el Acuario donde se ha recreado una travesía imaginaria como la que realizó Magallanes hace 500 años para poder  admirar las diferentes especies marinas, algunas sorprendentes.

A la salida nos esperan, en el Muelle de las Delicias, los amigos que viven en Sevilla, y nos invitan a comer y a callejear viendo tiendas repletas de preciosos vestidos de flamenca de los más variados tejidos y colores.

Los sevillanos, inquietos, entrando y saliendo de las Iglesias, ensayando los cantos y preparando los pasos que en breve sacarán  en procesión.

Hay alegría en los rostros y ambiente de fiesta.

​ Queda mucho por ver en Sevilla  y su aroma, la música y el bullicio de sus calles nos invitan a volver.

 

(Un día frío de abril con nostalgia teñida de tristeza)

Victorina Alonso Fernández