En el 3022, Naturaleza ya dejaba salir a los humanos a la superficie de Tierra. Algunos estaban construyendo sus casas sobre la superficie terrestre. Poco a poco, la vida volvía a ser mucho mejor que la que se conoció en el 2022. Ahora se gozaba de aire limpio, y de respeto entre los humanos. Esa era la meta de Naturaleza.

Se edificaron nuevas escuelas y casas de cultura. En una de estas casas de cultura, se instauró un club de lectura, llamado “Río Órbigo”, creado por Helena García Fraile, y allí nos vamos para escuchar a Cristina Flantains que hablará de su poemario “La quilma del sembrador  (y la clemencia de Maldoror)”.

La experiencia es muy enriquecedora. A Cristina, la acompaña Mar Mirantes, que abre el acto para comentar algún poema del libro y para preguntar a la autora y a los asistentes por algunos de los significados que pueden tener las metáforas de los versos de Cristina. Poco a poco, un ambiente filosófico va envolviendo la estancia y las poesías se van desnudando. Así la defensa de la individualidad como naturalidad del ser, toma forma en alguno de sus poemas, en otros, busca las eternas respuestas a la existencia. También su búsqueda de una posible definición de este animal racional que nos lleva río abajo por el cauce de la vida. Como muestra, el siguiente  poema:

Cuida el animal al animal / lo sienta cerca del fuego / peina su cabello osco,/ recorta, limpia sus uñas / y enjuaga con agua del río de la vida / las partes de su cuerpo que apestan. / Luego, le da de comer el alimento / conseguido con sus manos / y tras machacar con las fauces / granos y huesos, saciado ya, / aprende a pronunciar / palabras tales como, amigo, hermano / ruido / pronuncia ruido una y otra vez / se detiene en ruido / y mira al animal que le está mirando.  / – ¿Ruido dices? ¿dices ruido? / No serán los pies del sembrador de estrellas / porque va descalzo / ni serán las estrellas mismas que, cual gotas de rocío, / se posan tal que el beso de un amante, sobre el manto; / pero ellos eso no lo saben / ni Licio tiene pensado aún contarlo. / Cuida el animal del animal con esmero, / sale el sol y se pone inagotable: / madre, amigo, hermano… ruido / – ¿ruido dices? / – sí, sí ¡ruido!

Neuronada: Escribir un poemario es crear espacios donde encontrar un elixir de palabras para confortar el corazón o para sanarnos de la mansedumbre que nos congela las ilusiones. La belleza y la bondad de las palabras escondidas en las metáforas son capaces de hacernos mejores, aunque solo sea un ratito.

Si tienes oportunidad, lee el poemario de Cristina Flantains “La quilma del sembrador (y la clemencia de Maldoror). Hay en sus páginas una bella energía latente que se posará en tus fibras.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.