Faustina había sido maestra durante cuarenta y cinco años. Se entregó a su trabajo en cuerpo y alma. Gracias a la escuela, pudo salir de la enorme tristeza que supuso la pérdida de su marido en la guerra. En la escuela encontró el cariño de sus pequeños alumnos y la razón más poderosa para seguir la rutina del día a día. Pasaron los años, casi sin enterarse, por eso el día que le llegó la carta para comenzar con los trámites de la jubilación, se preguntó: ¿Y ahora qué? ¿Qué voy a hacer? Las jóvenes maestras que impartían clases en su colegio la animaron para que se apuntara a clases de yoga, de baile, de pintura… Siguió los consejos de sus jóvenes compañeras y no le fue mal del todo. Poco a poco, su vida se fue asentando en la jubilación. Así pasaron unos cuantos años, hasta que sus huesos comenzaron a perder chispa. Fue cuando se planteó ir a vivir a la residencia local. Nunca creyó que allí iba a tener otra vez la posibilidad de dedicarse a lo que más le gustaba. ¡Cómo imaginar que  Paulino estaría  esperándola, para que le enseñara a leer!

Hoy, como en sus mejores tiempos, se había preparado para la entrega del diploma a su alumno más especial. Una vez en la sala de actos, tomó el micrófono.

– Muchas gracias a todos por querer compartir este precioso momento. Como sabéis Paulino tuvo que ponerse a trabajar desde que tenía seis años y no aprendió a leer. Siempre me lo encontraba en la biblioteca. Pensé que le gustaba leer tanto como a mí, hasta que un día al pasar cerca de su mesa, vi que estaba observando un cuento con preciosas ilustraciones y muy poca letra. Me extrañó, que al volver del servicio no hubiera pasado aún la página.

– Te gustan mucho esos dibujos. Le dije.

– Si, me gustan mucho, son muy buenos, puedo imaginarme sin mirar las letras lo que quiere dar a entender el cuento. Me contestó.

-¡Oye, ese es un juego muy divertido!

-No es un juego, es que yo las letras…, no las entiendo. Dijo muy quedo agachando la cara.

-Quieres decir qué… ¿no sabes leer? Le interrogué en voz muy baja.

El asintió con la cabeza y noté que en ese momento le hubiese gustado ser uno de los personajes del cuento, para no sentir tanta vergüenza. Me senté a su lado y le animé a que lo intentase, yo le ayudaría. Nunca olvidaré el brillo de sus ojos. Tanto empeño ha puesto en la tarea, que ahora es un come libros, como todos sabéis.

Cuando Faustina terminó la presentación y le entregó el diploma, Paulino cogió el micrófono con lágrimas en los ojos.

-Nunca podré agradecerle a esta mujer todo el bien que me ha hecho. No puedo deciros nada más, estoy muy emocionado.

Mordida existencial: Esta historia ¿inventada? da idea de lo que puede llegar a ser vivir en una residencia. Convivir con otras personas nos ayuda a mejorar nuestra propia esencia, eso sí, siempre que el respeto y la voluntad de no querer para el otro lo que no quiero para mi, te hagan avanzar en las buenas cosas que tiene la vida.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.