A Rosalina y Rosa, les gusta mucho, ahora que pueden salir de la residencia, acercarse dando un paseo hasta el parque del kiosco, como ellas le llaman . Pasaban muy buenos ratos sentadas en el banco, viendo pasar alguna que otra pareja; escrutando a los niños en sus juegos, aunque algunos estaban hundidos en el océano profundo de sus móviles; veían pasar a las jóvenes libres y pisando fuerte, no como en su época, siempre modositas y sonriendo para abajo, no fuera a ser que alguien dijera que reír a pleno pulmón fuese pecado, también se fijaban en el hombre solitario de otro banco situado más lejos del kiosco, en fin, se quedaban prendadas viendo pasar la vida en muchas de sus modalidades.

– Oye Rosa, el hombre del banco parece que se ha quedado dormido, mira se va a caer, está totalmente inclinado hacia la parte de afuera, deberíamos ir a despertarle, no vaya a ser…

-Vamos, vamos, tienes razón, en cualquier momento se puede pegar un golpe morrocotonudo contra el suelo.

Ambas se acercan sigilosamente, para no asustarlo. Pero al llegar a él…, se miran con los ojos muy abiertos. Todavía se puede apreciar el último borbotar de su sangre en las manos de la Dama Oscura. A las dos les acarició la casi indeleble brisa del manto oscuro del fin. Fueron minutos de hipnótico latir, pero tampoco se asustaron, ni sintieron miedo. Entonces Rosa, se acercó al cadáver y tomó el papel que tenía en hombre en las manos.

-¿Pero qué haces? Le regañó Rosalina. No puedes, ni debes hacer eso. Voy a llamar al 112 para que vengan, así que deja el papel donde estaba.

-No lo pienso dejar, algo me dice que estaba esperando a alguien para dárselo. ¿Tú crees que cuando se lo lleven van a reparar en eso? Es una corazonada, pero creo que nos tenemos que quedar con el folio. Luego discutiremos qué hacemos con él. Y no hay alternativa Rosalina, ya sabes lo cabezona que soy… Continuará.

Mordida existencial: ¿Cuántas personas mueren solas? En mi humilde opinión, creo que todas. Todos venimos al mundo y nos vamos solos. Ahora bien, ¿cuántos tienen una mano apoyando su última despedida cuando se van a desandar el camino? Si la suerte nos acompaña, habrá algún familiar que nos caliente el corazón hasta el último minuto, y permanecerá hasta que el tren que nos aleja, se pierda en el horizonte infinito. Pero también depende de nosotros mismos que el camino a desandar no sea muy doloroso ni para nosotros, ni para los demás. Solo, y digo solo con rintintín, tenemos que aprender a aceptar la muerte. Ella nos acompaña desde que nacemos, por tanto estamos en sus manos desde que nuestro primer llanto se escucha en la selva de la humanidad.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.