– No puedo ni imaginarme lo que tuvo que pasar esta mujer antes de ser brutalmente asesinada. Comentó Rosalina, mientras le enseñaba el titular del periódico a su compañera Rosa.

-Esta si que es una pandemia terrible. ¿Crees que algún día se descubrirá una vacuna que inocule la brutalidad? Dijo Rosa.

En el artículo del periódico, se daba cuenta del terrible asesinato de una mujer de cincuenta y pocos años, en manos de su marido, a golpe de hacha.

– Es que parece que sigamos en la Edad Media. Respondió Rosalina. Cada vez que una mujer es agredida, todas perdemos un trocito de nosotras mismas. Todas somos cada una de ellas. Todas y todos, ya que, hay que decirlo, también hay hombres a los que les humillan y desesperan los malos tratos.

-Pero esta pandemia la sufrimos mucho más las mujeres. Sentenció Rosa con el ceño fruncido. En casi todos los ámbitos de la vida, las mujeres salimos peor paradas. En ese momento se oyen unos golpes en la puerta de la habitación.

-¿Puedo pasar? La voz queda de Remigio hizo que Rosalina metiera rápidamente el periódico debajo de la almohada de su cama. Luego le abrió la puerta. Éste se sentó en una silla al lado de la camilla, abatido y apesadumbrado, comenzó a desembuchar.

– Veréis de joven era muy bestia. Llegué a hacer cosas terribles. Maltrataba a mi compañera sin motivo alguno, pobrecilla cómo temblaba cuando notaba que yo tenía el día lunático. Recuerdo que estaba empeñada en que visitásemos a un médico para que me ayudara, ella me quería, me quería mucho y yo me comporté como un animal. El día que apareció la hoja de periódico en el patio a mis pies, se me cayó una losa encima al  volver a recordar el daño que sembré. Aquel día que describía el artículo, estábamos en la calle, veníamos del cine, ella insistía en que debería verme un médico, que lo había hablado con mi madre y que las dos estaban de acuerdo. Me entró una rabia horrible, tanta que de un puñetazo la tumbé en el suelo. Una pareja de la policía que pasaba por allí, me sujetó y me esposó. A tal tiempo, un periodista que esperaba por allí cerca la llegada de un político para hacerle una entrevista, sacó las fotografías y escribió el artículo. Después de aquello accedí a que me viera un médico y me ayudó mucho, ya lo creo, pero ya había hecho mucho daño. Luego estuve en un programa de reinserción que me sirvió para mantener a raya aquella desgraciada ira que podía conmigo, aunque desde entonces, llevo la depresión a cuestas.

Mordida existencial: Necesitamos ya, una vacuna contra el cainita que se nos puede desatar dentro, pero mientras la ciencia nos inocula, seamos solidarios con todos, en este caso TODAS las mujeres que sufren, que tienen a la muerte durmiendo en su cama y no miremos para otro lado si sabemos de alguna que está en peligro.

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.