El rayo partió el cielo en dos paneles grises y los grises volvieron a juntarse enseguida. Uno, dos, tres, cuatro… llegué a contar yo tal y como me había enseñado mi abuelo para medir la distancia a la que estaba la nube. El trueno llegó segundos antes de lo que yo había calculado.

Me pilló casi desprevenido, no solo por lo rápido sino también por la fuerza con la que llenó todo el cielo. El valle entero sintió su poder.

Cauline, la perra canela de pura raza mastina, dio un pequeño paso atrás y me miró como diciéndome que aquello iba en serio. Pero se quedó allí, esperando. Inició un pequeño ladrido que apenas servía de quejido por lo que estaba viendo; rayos cruzando el cielo y truenos que estremecían el suelo que pisaba.

Truman, un auténtido border collin, con sus dibujos blancos y negros perfectos en su piel, dejó escapar un ladrido que apenas servía de advertencia, miró para asegurarse de que todo esta en su lugar y vino a cobijarse tras de mi. Siempre, durante sus escasos siete meses, había sido un poco más cobarde que su compañera la mastina.

Me di cuenta que Blondi, la bóxer de cara fiera pero de alma tierna, está empezando a mojarse en el prado. Corrí mientras ella trataba de resguardarse bajo el seto. Se dejó poner su collar y corrió detrás de mí hasta el refugio. Sacudió su cuerpo pero, aún así, intentó salir bajo la lluvia. Dos o tres piedras de hielo hicieron que desistiera.

El gato, Silfo, encorvó su espalda, preparó sus garras y esperó. Los gatos temen al agua pero llevaba mucho tiempo viendo que las tormentas no le quitaban el sueño ni su exquisita comida.

El gallo, y sus dos inseparables gallinas, no tuvieron miedo a la tormenta. Salieron de su gallinero y se pusieron alegremente a picotear la tierra sin hacer caso al granizo que estaba cayendo.

Los pájaros estaban todos escondidos. Por si acaso. Llenaron sus escondrijos y esperaron. Poco más podían hacer.

Uno, dos, tres, cuatro… Y otra vez el trueno bravo y retumbante. La tormenta estaba ahí. A la misma distancia que antes y con el mismo empuje, descargando lluvia y granizo a partes iguales, tratando de impregnar una tierra sedienta y recalentada que recogía, como tesoros, cada gota de lluvia y la guardaba en su seno.

Por unos momentos, casi todo guardó silencio. Solamente los truenos y el sonido del agua que caía. Y, después, sin acabar de rematar su cometido, la tormenta, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, se fue alejando dejando solo un suelo aún más sediento y una esperanza.

El arco iris cruzó el valle de lado a lado creando un puente de colores. Espero, pensé yo, que la promesa divina no sea verdad y que pronto, muy pronto, regrese la lluvia.

 

Angel Lorenzana Alonso