Desde la ventana de la habitación, Rosa observa la calle solitaria y triste, sin pisadas, llenas de tedio y soledad, pero en el jardín que hay delante de la residencia donde vive desde hace unos años, totalmente ignorante de la confinación de los humanos por el Covid19, están floreciendo los setos, la hierba está mullida y brillante, dan ganas de revolcarte por ella. A Rosa le vienen a la cabeza estampas de su niñez, allá lejos en su aldea, lejos en el tiempo, cuando su madre la enviaba a colgar la ropa en el tendal, nada más llegar a la pradera se descalzaba, le encantaba el tacto en sus pies de aquella alfombra natural. Algo le llama la atención, dentro de su absorción, era el ruido de un vehículo. ¿Quién será? Pensó, si ahora no se menea ni una brizna.

El camión de la basura asomó el morro, enfilando la calle. Abrió la ventana y se quedó mirando a los operarios realizar sus tareas de recogida de basuras. No pudo por menos, un aplauso sentido y emocionado le salió del alma. El operario que conducía el camión, hizo sonar la bocina dos veces a modo de saludo y el otro operario, el que se rescolinga (eso es lo que decía madre cuando alguien iba haciendo equilibrio) la saludó con el brazo. -¡Gracias, muchas gracias! Les dijo desde la ventana mientras una emoción profunda le recorría las vísceras.

Recordó entonces al vecino que tenía en casa, antes de irse a vivir a la residencia. Un joven dinámico y alegre, además de servicial. Siempre dispuesto a ayudar. –Señora Rosa, ¿tiene basura?, voy a bajar la mía, de paso puedo bajar la suya. Rosa sonrió, ella, no sabía la razón, siempre había sido una persona rodeada de buena gente. Volvió a mirar por la ventana, el camión de la basura doblaba la esquina.

Que labor  hacen estas personas, nos dejan la vida más limpia y no lo sabemos apreciar, cuanto todo está dentro de la normalidad. Ahora vemos tantas cosas buenas que hacen otros por nosotros. Nuestras gerocultoras, las personas encargadas de la limpieza, los sanitarios, tantos y tantos… Cerró la ventana y sentada encima de la cama dio gracias a la vida por estar presente y poder respirar.

Mordida existencial: Sin duda hoy la mordida para todas las personas encargadas de la limpieza. Estoy de acuerdo con Rosa, el personaje al que le ha tocado vivir dentro de una residencia en estos días aciagos. Toda la consideración y la ovación más sentida para todas las personas que como dice Rosa, en estos días tan difíciles, mantienen la vida limpia. ¡Gracias!

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.