En lo que más pienso durante estos días, los pocos minutos que mi mente logra desembarazarse de la preocupación por las víctimas que está causando el coronavirus, y la horrorosa situación que están viviendo sus familiares, es en la generación de mi hijo. En todos los niños y niñas que están viviendo esta dura situación de forma mecánica, sin privilegios. Son demasiado pequeños para entender, todavía no hablan, pero al mismo tiempo parece que nos dan su aprobación con la mirada. Nos sonríen cuando les leemos un cuento, cuando les contamos historias que en nuestra infancia nos relataron a nosotros. Cuando jugamos con ellos en el suelo a construir trenes, como los que pronto volverán a llegar a la estación de León llenos de pasajeros. Nos dicen sin palabras: “papá, mamá, lo estáis haciendo bien”, afrontando no poder salir a la calle o ver a sus abuelos y abuelas, con obediencia. A veces con resignación. Y entonces, automáticamente después, pienso en nuestros mayores, en quienes después de haberse jugado la vida de diversas maneras para sacar adelante a una familia, son quienes más están sufriendo las consecuencias de un miedo casi invisible, pero tan gigantesco a la vez que ha conseguido poner en jaque al mundo, y que deja atrás a muchos de los suyos. A los hombres y mujeres más valientes que mi razón y la admiración que guardo por la Historia alcanzan a recordar.

Se trata del tercer domingo en casa desde que el 11 de marzo el COVID-19 trastornara nuestra rutina, el ejercicio ordenado de un país como el nuestro. El segundo de primavera en este inolvidable 2020. Desde hoy, además, también disfrutaremos del horario de verano pero, ¿para qué? me preguntaba cuando me desperté. Después de reflexionar, de consultar como cada mañana la tendencia de la curva, que a diario comparto en mis redes con la esperanza de celebrar el día en que veamos que se aplana, creo tener la respuesta: Para seguir por el buen camino que juntos estamos construyendo, para mantenernos firmes en la lucha que recuperará nuestro día a día. Para salir a aplaudir a las 20.00 horas al balcón y ver las caras de todas las vecinas y vecinos que están arrimando el hombro, quedándose en casa, acatando las normas impuestas para ganar la batalla al virus.

Hoy ha disminuido la tasa en León hasta el 13,1%. La media de Castilla y León también ha bajado, situándose en el 13%. Son datos que nos aportan aliento, dentro del estado de gravedad en el que nos encontramos, y que no nos permite bajar la guardia. Pero paso a paso. A nivel nacional también seguimos mejorando, con un 9%, alcanzando ya la tasa de un sólo dígito.  Aunque las jornadas seguirán siendo muy duras.

El Gobierno de España sigue tomando decisiones acertadas con urgencia, mantengámonos firmes, y no hagamos que caiga en vano el trabajo de las personas que están poniendo en riesgo su propia salud, los profesionales del sistema sanitario de la provincia, los cuerpos de seguridad, transportistas, y aquellos que mantienen los servicios de primera necesidad para abastecer a la sociedad. Sigamos así, tenemos que ser conscientes de la importancia de mantener la unidad de acción frente al coronavirus para acabar con esta crisis. Juntos lo vamos a conseguir.

Mientras finalizo estas líneas, tengo más claro cómo le trasladaré a mi hijo, en el futuro, los sentimientos encontrados que su familia y yo vivimos durante estos días. Le hablaré de los héroes que nos salvaron, de la tenacidad de los enfermos que lograron recuperarse, de los nombres de las víctimas que merecen el homenaje de quienes nos quedamos y de la grandiosidad de la tierra en la que él ha tenido la suerte de nacer. De cómo nos volvimos más humanos, del compromiso y la responsabilidad demostradas. Mi consuelo para afrontar el daño que nos está haciendo este virus es y será enorgullecerme de un Gobierno y de un país que dio la cara.  Mucho ánimo León. ESTE VIRUS LO PARAMOS UNIDOS