La ciudad presume de Plaza Mayor, de poseer dos catedrales, un rio  de aguas bravas y de contar con la Universidad más antigua de España, pues fue fundada en 1218 por Alfonso IX de León.

Pero eso no fue lo nos llevó a visitar la urbe dorada, buscábamos, como en los cuentos antiguos, las raíces paternas de la muchacha de ojos claros que nos acompañaba y lideraba este empeño.

“Aquí, en este lugar, nació mi padre, y aquí vivió una infancia difícil; tuvo que emigrar a los 9 años,  con su madre, mi abuela, buscando en otras tierras lo que aquí no encontraba: trabajo y afecto”.

Es grande la capital salmantina y hermosa. Llena de turistas que pasean su admiración por las calles blasonadas de escudos. Hoy es Lunes de Aguas y eso nos permite ver a cientos de jóvenes dirigiéndose  a las riveras del rio Tormes a merendar y a festejar el fin de las prohibiciones impuestas por Felipe II. Cuentan las crónicas que  el año 1543 el rey promulgó un edicto  en el cual ordena que “la prohibición de comer carne se haga extensible en todos los sentidos y que las mujeres “de vida alegre” sean expulsadas de la ciudad y conducidas extramuros”. Solo se les permitía volver el lunes siguiente a la Pascua. Día en que los estudiantes con gran alborozo salían a recibirlas para traerlas  de nuevo a la ciudad.

Buscamos la calle donde nació el padre: Arapiles nº 7 y que, por casualidades de la vida, tiene el mismo nombre que la calle que eligió la hija en Astorga para construir su casa y poner su negocio.

Pero la calle ha perdido su nombre, ahora reza como …trada del Corralillo, pues también le faltan letras. Desilusión y  desengaño muestra la cara de la hija que no entiende ese cambio y que esperaba rendir una vez más afecto al padre.

Nos  sentamos a comer en la Plaza Mayor que es un hervidero de vida, y preguntamos al camarero, muy amable, que nos asegura que lleva allí 20 años y esa calle siempre se llamó Arapiles. Nos informa, cuando vuelve con  los platos, que ninguno de sus compañeros sabía del cambio de nombre ni el porqué del mismo.

Empezamos a comer en silencio, entristecidos, cuando se oye un gran alboroto. Una señora se ha caído y está pidiendo auxilio. Me acercó y la tranquilizo. Llamo a emergencias y mientras, trato de calmarle el dolor, pues parece tener una cadera rota. Me dice su nombre y su edad y yo, mientras llega la ambulancia, le cuento que hemos venido a esa calle donde ella ha tropezado, a recordar al padre de una amiga que nació en el número 7. Me mira con asombro y me dice que ella también vivió allí y que cada año los Lunes de Aguas se acercan con su hermana hasta la casa para  recordar viejos tiempos..Hoy, su hermana no ha podido venir y ella se ha caído, sin tropezar, insiste. Le cuento que mi amiga lleva muchísimos años buscando sus raíces paternas y nadie le ha sabido dar razón.

Llega la ambulancia y la anciana me pide que la acompañe hasta el hospital pues tiene algo que contarme; con el permiso de los sanitarios así lo hago, y en el camino entre susurros me relata una historia de dolor e impotencia. El padre de Manuel era hijo de un prohombre de la ciudad que no consintió el matrimonio con una mujer de menor rango. Nació el hijo, y la guerra con el encarcelamiento del padre y la confiscación de sus bienes, acabo con cualquier posible ayuda. Después, la hambruna, y al niño y a la madre no les quedó más remedio que irse a otras tierras.

Su hermana y ella sabían que se había hecho un hombre de bien, que se había casado y había tenido dos hijos, una hija guapa, valiente y animosa como él y un hijo que heredó su oficio.

La guerra es lo peor, hija, me dijo como resumen.

Llegamos al centro hospitalario y los traumatólogos se hacen cargo de ella.  Me pide que llame a su hermana y que volvamos a verla, pues tiene muchas más cosas que contar y quiere conocer a la hija de Manuel.

Regreso a la Plaza Mayor pensando como James Redfield que nada es por casualidad, que todo lo que nos acurre tiene un mensaje. Si sabemos verlo, claro, si estamos alertas…

Mis amigos han acabado de comer y a mí se me ha quitado el hambre, así que comienzo a contarles la historia mientras nos dirigimos a visitar a Casa de las Conchas.

Un Lunes de Aguas primaveral del año 2019.

Victorina Alonso Fernández