Tal y como Adel había previsto, uno de sus compañeros de trabajo, comentó la dirección del hospital donde se encontraba Juan, aguzó el oído para enterarse, esperaría un par de días para ir a visitarle.  Cuando abrió la puerta de la habitación, observó a Juan en la cama y a una mujer sentada a su lado.

             -Hola, soy Adel, un compañero de trabajo. La mujer se levantó de la silla y le saludó un poco confusa. – Tranquila, supongo que Juan le habrá contado lo poco que le gusto y demás, pero yo sé que es un buen hombre y que bajo esa apariencia de xenófobo, hay un corazón noble. Ella le miró entre sorprendida y agradecida.

Hablaron un rato hasta que Juan despertó y se sobresaltó al ver allí a Adel.

– Hola amigo. Juan pronunció alguna palabra entrecortada.

– Tranquilo, no gastes energías, ya me dirás lo que quieras cuanto te pongas bien, porque no lo dudes, te recuperarás.

La mujer le preguntó a Adel si podía quedarse un par de horas con él, tenía que acercarse a casa, aunque sus hijos ya se valían por si mismos, debía ir a ver cómo se las apañaban, llevaba varios días sin salir del hospital. Adel no tuvo inconveniente, es más propuso a la mujer que todas las tardes, al salir del trabajo, pasaría por el hospital para que ella pudiera hacer sus cosas y tomarse un descanso.

Al escuchar aquello, Juan hizo un enorme esfuerzo por apretar la mano de Adel, que estaba muy cerca, en señal de agradecimiento.

No me des las gracias, creo que tú habrías hecho lo mismo si yo lo hubiera necesitado. Juan intentó vocalizar un “noqueas”.

-Si lo creo si, no eres tan feroz como te pintas. Y como ves a la vida le gusta jugar con nosotros. La mujer sonrió y besó a su marido en la frente.

– ¡Cómo te conoce tu compañero! Me voy, te dejo en buenas manos. Y abrazó a Adel mientras le daba las gracias.

Mordida existencial: Ojalá esta historia se repitiera más a menudo, no la del ictus, sino la de darnos cuenta que todos nos necesitamos y que cuando menos lo esperamos, la vida, así, porque le da la gana, nos pone la zancadilla y nos damos de bruces contra nuestros propios errores. Errores que llevan a guerras. Errores de hombres cometidos por hombres que desembocan en muerte. ¡Cuándo aprenderemos que la mayoría de las veces nuestro peor enemigo somos nosotros mismos!

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.