Paco miró la nómina que le acababan de entregar. Repasó la cuenta del Banco, dio un suspiro y se llevó las manos a la cabeza. No entendía nada. Nada de nada. Su sueldo no le alcanzaba, un mes más, para llegar hasta el día 30.

Era un hombre reposado, de los que apenas tienen vicios mayores, acostumbrado a trabajar y trabajar, a tomar un café después de comer y poco más. Se había casado y había tenido un hijo. Su mujer no podía trabajar y sus costumbres diarias eran como las de casi todos sus paisanos: solo tenía tiempo para trabajar mientras su hijo, que vivía con él, acababa sus estudios.

De lo que ganaba, más del 70 % se marchaba en lo que sus amigos le decían que eran gastos fijos: la hipoteca (que aún duraría unos años y que no paraba de incrementarse por efectos de no se que euribor o lo que fuera), los gastos de la enfermedad de su mujer (para toda la vida), la comunidad, los seguros, la matrícula y los libros del chaval, el coche que cada día daba más problemas de lo viejo que estaba, la gasolina que no bajaba nunca, los impuestos del ayuntamiento que subían cada día, la contribución de la casa, la luz, el agua, la limpieza…. Y el 30 % que le quedaba era para comer y para los gastos suyos y de su familia. Su mujer se quejaba pero, con estas cuentas reales, no llegaba nunca. Siempre estaba colgado.

Salió de su casa y fue a tomar el café. Cogió el periódico local y leyó con asombro (si es que algo le asombraba ya) cómo su ayuntamiento subía el impuesto sobre las casas, cómo el alcalde se había ido, con dos concejales y sus esposas y queridas, a no se qué reunión para la cooperación con los paises de Sudamérica, cómo un concejal había concedido no se cuántos miles de euros para aprender a bailar la danza del vientre y para que algunos aprendieran a tocar el tamboril, cómo el ayuntamiento tenía que pagar deudas del club de futbol de su ciudad, cómo se iban a subvencionar las clases del pseudoidioma regional para que así existiese más confusión entre la gente, cómo se había invitado a no se qué gente del cine a pasar unos días en la ciudad por cuenta de los contribuyentes… cómo, en fin, se malgastaba su dinero en sandeces para el buen renombre de los queridos concejales. Ellos no debían tener problemas a finales de cada mes.

Se marchó a casa enfadado con los que le habían engañado en las últimas elecciones y puso la televisión para distraerse. Las noticias que le llegaron fueron aún más devastadoras: el gobierno hablaba de economía (esos temas que a él le afectaban tanto) pero debían hablar de otro tipo de economía, más etérea y virtual que la suya, porque solo oyó palabras como crisis macroeconómica, aceleraciones y desaceleraciones, periodos de recesión, épocas pasadas de bonanza, créditos y ayudas a grandes empresas, préstamos a países amigos, ayudas a no se cuántos colectivos que estaban en dificultades como los cineastas, las madres solteras o los enterradores de gatos, financiación por parte del estado de las pérdidas de otros, de lo que ganaban los bancos, del índice de la bolsa, de tantos por cientos de las ventas de pisos y coches, de importaciones y exportaciones, de comparaciones con la situación de los países de nuestro entorno, de la regeneración de la economía, de índices de consumo… Pero de su situación no hablaron nada. Ni de otras situaciones parecidas. Nada de nada. Se conoce que ellos no estaban pasando precariedades para pagar la hipoteca ni para comprar los libros de sus hijos.

Porque, en ningún momento hablaron de ayudar a los que trabajan, de no subir impuestos o de rebajar la contribución. De esas pequeñas cosas no se habla en los telediarios, porque a nadie le interesan. Sólo el Sr. Paco y otros muchos miles de ciudadanos se preocupan de ello. Los gobernantes, los empresarios inmobiliarios en quiebra, los alcaldes y concejales, los directores de cine y los enterradores siempre tienen suficiente para llegar a fin de mes.

Angel Lorenzana Alonso