Samir, el hijo de Hala y Mazem, ha logrado entrar en el mundillo artístico de la ciudad, gracias a su extraordinario don para la pintura, a su dedicación y a la ayuda inestimable de su mentor, el dueño de la tienda de antigüedades, donde Samir se ha hecho un artista. Samir además, ha cuidado y atendido al señor Raúl, el dueño de la tienda como si fuera su propio abuelo y  ha contado para ello con la colaboración de sus padres, sobre todo de Hala, que se acercaba a la tienda cuando Samir no podía atenderla. Así fue como Raúl y Hala, fueron haciéndose buenos amigos, más que amigos parientes, ella trataba al hombre como si fuera su padre, estaba muy agradecida de todo lo que había hecho por su hijo y también por ellos, así que le salía del alma ayudarle y hacerle compañía.

Una tarde en la que Raúl estaba tumbado y adormecido en la trastienda, escuchó como Hala intentaba convencer a un muchacho para que guardara la navaja con la que la apuntaba. Raúl se incorporó y se dirigía a ayudar a Hala cuando observó que el muchacho recogía el arma y se defendía de su mala acción.

-Solo quería que me diese algo para comprar comida.

-Tranquilo si me das un momento, te preparo un buen bocadillo. El muchacho esperó avergonzado y mientras comía con gran fruición escuchó la historia de Hala.

– Verás, en mi pueblo, existía la costumbre de introducir algo de dinero en un cajón, para que la persona que de verdad lo necesitara, pudiese tener siempre para lo más elemental. Casi siempre nos acercábamos los mismos al cajón, gentes humildes. Una tarde, alguien vio a la persona más pudiente del pueblo, acercarse al cajón y no precisamente para aportar algo. Ese alguien se le acercó y le dijo: A ti puede caerte el oro del cielo, siempre serás un mísero ser humano. Creo que me entiendes lo que te quiero decir. Robar no es la solución.

Mordida existencial: Es cierto que la mayor marginación que existe es la pobreza. Si todos los emigrantes que vienen en patera o han salido de Siria o de cualquier parte del mundo, vinieran cargados de oro, incienso y mirra, serían recibidos con alfombras rojas. Pero ahí está la gracia de ser humanos, en ser capaz de ponerte en el lugar del otro, no me refiero a los del oro, incienso y mirra, me refiero a que cualquiera de nosotros, los que estamos en el lado menos malo, podemos ver nuestra vida mermada en cualquier momento y sentir en las vísceras la miseria de que te traten como a un pobre.                   Manuela Bodas Puente –Veguellina de Órbigo.