Cuando yo era casi feliz con mi ignorancia, acumulada en miles de auroras florecientes y prometedoras, vinieron los modernos gurús.

Y quisieron decirme lo que ya sabía por mis años y por mi rabia contenida. Y quisieron hacerme ver que ellos sabían todo lo que yo fui ignorando a lo largo de años y años de existencia y de años y años de olvido voluntario.

Todo lo que yo creía saber, no era nada. Y era peor lo que yo creía haber olvidado por innecesario y por mediocre. Porque ellos quisieron hacérmelo recordar en medio de frases falaces y cargadas de medianía, en medio de flashes con dientes de Profidén y con fogonazos de neón.

Quisieron que yo me sintiera mal a base de que ellos se sintieran bien. Trataron de romper mi ignorancia tratando de meterme “su” sabiduría, esa sabiduría que, en el tiempo ya trasnochada, ni es saber ni es nada más que pura palabrería. Quisieron volver cuando ni siquiera se habían molestado en ir. Quisieron y buscaron el aplauso fácil de una gente que, dentro de esa medianía estadística en la que vivimos, les honró con palmas y les tiró sombreros como si de toreros nuevos se tratara.

Pero, no nos equivoquemos. Lo que ellos dicen, ya lo dijeron otros. Y con mejores palabras. Estos de ahora son meros malos traductores del saber que otros ya trasmitieron. Pero creen haberse adueñado hasta de los pensamientos porque parten de la idea, esta vez verdadera, de que la gente que les escucha… de eso no sabe nada.

En esta época, mala como pocas, en que la gente se agarra a clavos ardientes para poder salir de sus pozos particulares, estos mamarrachos de la palabrería vienen a forrarse a cuenta de los mismos de siempre, lo mismo que los magos medievales se aprovechaban de la incultura popular.

Y prometen sacarte del abismo. Y te dicen lo que tienes que hacer cuando ellos hacen lo contrario. Y te insultan para que reacciones y les des una razón que no tienen. Y te sacan el dinero con su mensaje vacío de contenido y vacío de esperanza. Como decía un amigo mío: “Si no creo en la religión católica, que es la verdadera, tampoco voy a creer en la vuestra”.

Pero es lo que traen estas situaciones, malas para todos: abundan los profetas y los gurús se ponen las botas diciéndote que les escuches, o que compres su libro de la panacea universal, o que tires garbanzos a un pozo para poder ser feliz. Pero sobre todo, amigo mío, lo que te están pidiendo es que les llenes el bolsillo

Líbrenos Dios de los falsos profetas y de los falsos gurús. Líbrenos de las recetas fáciles para problemas difíciles y líbrenos de creer que solo con escucharles se arreglan los problemas. Normalmente, un profesional sabe de que está hablando y sabe de lo que sabe, que es lo suyo, pero no sabe de todo: es imposible hoy día. Pero estos señores, verdaderos portentos de la naturaleza que hablan de cómo educar, como enseñar, como hacer política, como ahorrar y cómo librarse de la crisis, de tanto saber se han quedado sin sabiduría y de tanto alzar la voz se han quedado en su más mísero silencio de ideas.

Y no hablo por hablar ni porque me lo hayan contado. Hablo de lo que veo todos los días en esta ciudad y en otras. Hablo de gente que enseña matemáticas con ábacos porque creen que, haciendo cosas raras, el niño aprende mejor, sin tener ni idea de lo que es un niño ni del proceso de aprendizaje. Hablo de gente que dice que en la actualidad la publicidad se hace sobre cosas “no necesarias” cuando eso lo inventó Coca-Cola hace casi un siglo. Hablo de gente que quieren enseñar a adultos como si los adultos fueran niños, haciendo piruetas y pensando que tanto los adultos como los niños son tontos. Hablo, en fin, de toda esa gente que enseña lo que no sabe porque si tuviera que enseñar lo que sabe tendría que no salir de casa.

Angel Lorenzana Alonso