Cuando el mar quebró las cenizas y desparramó los restos de la hoguera por la playa, el viento se quedó en silencio y los pájaros dejaron de cantar.

La luna se ocultó entre las nubes, las nubes se tiñeron de rojo y el rojo se balanceó en la cuerda del horizonte. Las arenas formaron remolinos de brisa casi nocturna preñada de humedades y sabores tan viejos como el propio tiempo de espera, de espera y de desengaños, de azules y amarillos entristecidos en su cara arrugada por penas y cantares que no llegaron a los oídos deseados.

Los últimos abrazos ronronearon en su piel tan cuajada de recuerdos. Los últimos besos vinieron a su boca como traídos por el silencio de mares perdidos en la terquedad de una vida reventada de amargura por no saber elegir el camino adecuado.

Vivió en su día el amor que le dio fuerza para seguir viviendo. Pero el amor se fue. Encontró uno nuevo pero no quiso estrecharlo entre su corazón dolorido de rencores, de miedos, de desesperanza. Y buscó la paz que había perdido creyendo que la paz sin amor es posible, pensando que la paz llega cuando vas tirando y cuando te quedas callado, sin esperar nada.

Malgastó noches, desechó deseos, rompió la alegría buscando alegría sosegada, soñó y olvidó pronto los sueños que no llevaban a la rutina deseada, colocó barreras en su alma y no dejó pasar las emociones para que no pudieran hacer daño. Renunció a ser feliz por ser feliz a su manera.

Ahora ya era tarde. Sus pasiones se habían ido, sus fuegos se habían apagado por el tiempo de espera que no pudo esperar más, sus emociones estaban tan escondidas que ni ese fuego podía removerlas.

La hoguera se había apagado. El viento reclamó sus cenizas y se las llevó. El mar reclamó los troncos calcinados y se los llevó. El tiempo reclamó el amor y se lo llevó. El futuro le susurró abandono y el pasado no quiso aparecer. El presente apenas existía.

La luna ya no pudo ni quiso sonreir, plena de cansancio y hastío. Cuando quiso llenar de magia los encuentros, no la dejaron. Cuando quiso iluminar sonrisas y besos, no la dejaron. Cuando quiso calmar las nubes de tormenta, prefirieron los truenos. Cuando intentó hacer llegar un barco con velas rojas para recoger amores y dichas, hicieron que el barco naufragara. Ya no podía sonreir.

El mar se quedó gris con su espuma salpicando tiempos de desengaños. Rompía pesaroso en la orilla sabiendo que nada serviría para nada. Recordó el barco de velas rojas pero ni el recuerdo le hizo cambiar su triste semblante de silencio y de miseria arrinconada en su alma descreída, llena de tanto anhelo insatisfecho. Tampoco podía sonreir.

Solo una nube negra ensombreció el cielo de la noche, sonriendo, viendo llegar una hora esperada tanto tiempo que ya casi ni se acordaba. Desparramó sus alas de cobardía agazapada, puso brillo a su nada disfrazada de fantasía, coloreó su cabeza marchita y ajada por la ruina de su propio cerebro ennegrecido de tristezas acumuladas en tiempo y tiempo de esperanza negra, desperezó su semblante viejo y recorrió el mundo en busca de su presa preferida. Sonrió cuando vió la cenicienta hoguera, la triste luna, el encanecido mar y el barco de velas rojas anclado en una bahía desesperada. Sonrió y bajó despacio hasta la muchacha de rostro apagado. Y le prometió la paz, le susurró amores tranquilos, la rodeó con el frio de sus alas de viento.

Y caminaron en silencio y tristeza sobre la arena mojada.

Angel Lorenzana Alonso