Hubo un tiempo en que un camino era un camino.

Y un camino no hay que confundirlo con una cañada.

La cañada es una “vía para los ganados trashumantes”. El camino es “una vía que se construye para transitar”, bien sean personas, animales o carros.

Ya sé que esto lo sabe todo el mundo. Pero me preocupa cuando los caminos se convierten en cañadas. Porque la única diferencia que existe entre ambos es que por los caminos pueden ir las personas. Por las cañadas solamente pueden ir animales y, a ser posible, en manadas.

Si a usted se le ocurre “hacer” el Camino de Santiago, la “senda del Cares”, la Senda del Arcediano, la senda del oso…. O cualquier otra ruta que se le antoje,  se encontrará con todo tipo de ganado:

a.-  los que oyeron que estaba de moda y se pusieron a hacerlo: se compraron unas botas de marca (de las de andar no de las otras que para esto no valen), un bastón de los que llevan empuñadura y pincho abajo (de los mas caros también), una mochila no muy pesada (de marca también), una gorra hecha para la ocasión ( a ser posible con el logotipo de la marca que patrocina la senda o el “camino”). Irán en grandes grupos, con autobuses elegantes y bien acondicionados, con coches escoba para llevarles las mochilas cuando sea necesario, con porteadores pagados, con esclavos que anden por ellos. Pasará por los sitios preestablecidos para que les firmen el papel de haber pasado, y buscarán, al final del camino, el lugar donde les certifiquen que han acabado el camino. Cogerán ese certificado y lo colgarán en su sala de trofeos, junto a la orla y el título de una carrera que en la mayoría de los casos ni siquiera han ejercido pero que adorna su sala de estar. Y después de “andar” el camino, cenarán bien, se irán de juerga y se dedicarán a bailar que es lo que a ellos les gusta y para lo que fueron a la marcha.

b.- Los que ni siquiera se han molestado en todo esto anterior: simplemente se van en avión o en coche hasta los lugares donde tienen que “fichar”, se bajan 50 metros antes y van andando, sudorosos, para que les firmen el papel. A partir de ahí, el proceso es el mismo que en el caso anterior: lo colgarán en su sala de estar y presumirán de algo que no han hecho. Se han logrado engañar a sí mismos. O, como dice uno de mi pueblo, se han dado julepe a ellos mismos.

c.- Los que nunca salieron de su casa pero vieron el camino en uno de los múltiples reportajes de la televisión o en la agencia de viajes. Presumirán igualmente de haber hecho el camino y se ganarán la admiración de sus contertulios porque se han atrevido a salir de marcha. De estos hay muchos, créanme. Muchos más de los que posiblemente piense el resto de la gente.

d.- Los que, con perseverancia y humildad, han hecho de verdad el camino. Nadie hablará jamás de ellos porque ni ellos hablarán de su hazaña. Simplemente han estado allí. Siempre me recuerdo de la película de 1492: La conquista del Paraíso, en la que el “malo” logra que a Colón no le reconozcan su hazaña y que ni siquiera pongan su nombre al Nuevo Mundo. Cuando se lo recuerda a Colón, éste, ya viejo, simplemente le dice: Pero yo estuve allí y tu no.

Salvo los del apartado d (de decentes), el resto han logrado convertir los caminos en cañadas, han logrado que lo que era un lugar de paso de personas, se haya convertido en un lugar de paso de manadas de ganado disfrazado de personas que van dando los buenos días a todo el que se cruza con ellos como si los conocieran de toda la vida.

Creo que de estas ocasiones, u otras parecidas, me viene a mí el asco que me producen las manadas.

Pero cada vez veo más manadas y menos personas. La sociedad, esta sociedad en la que vivimos, hace que nos estemos convirtiendo en ganado y, por lo tanto, que nos comportemos como tales. La propaganda, los medios de comunicación, pero, sobre todo, la falta de personalidad y de inteligencia de la mayoría de los mortales, dan lugar a dejarse llevar, a dejarse guiar, a no tener criterios propios y a copiar los criterios de lo que nos venden. Esto siempre es más fácil que ponerse a pensar (que dicen que desgasta el cerebro). Algunos ya lo tienen desgastado desde pequeñines.

Y algunos, incluso, ni siquiera lo tienen desgastado. Es simplemente que no lo tienen o, lo poco que tienen, solamente les sirve para poder ir al retrete. Pero, a su forma, serán felices. Porque pienso que la ignorancia y el servilismo proporcionan a los imbéciles la máxima felicidad.

Que descansen en paz, después de tan largo y agotador viaje.

 Angel Lorenzana Alonso