Cuando la Oscuridad y el Caos circundaban la totalidad de la Realidad ninguna palabra había sido dicha, cuando no se podía decir que el tiempo había comenzado su andadura, no había un antes ni un después, entonces Dios no había creado nada, Dios no había nombrado las cosas, el ser humano no existía.

Un poder que todo lo puede, una voluntad omnipresente se extendió con la palabra, la capacidad de crear fronteras entre los objetos, la capacidad de decir qué es el Cielo y hasta dónde llega para no mezclar su reino con el de la Tierra. Con Dios apareció la primera señalización, un punto de partida para no perdernos mirando en la inmensidad de la realidad, para poder volver sobre nuestros pasos si nos perdíamos. 

Con la palabra nació el tiempo, Dios pudo decir que había hecho algo ayer, que algo ya había sido terminado, y pudo decir qué estaba haciendo en el momento y pudo hacer algo más increíble aún, planificó sobre lo que aún no estaba hecho, sobre el hombre y la mujer, sobre su dominio en la Creación.

Nació el hombre, nació la mujer, y nació el Pecado, el pecado nace de la falta de entendimiento entre Dios y el Hombre, ¿qué es un árbol y qué es un fruto? Nace la connotación. Primero las palabras solo eran etiquetas que diferenciaban objetos, pero con la primera ley la palabra obtuvo una connotación, un significado que solo afecta al sujeto que la enuncia. Así el fruto del árbol pasó a ser diferenciado porque si Dios lo decía un árbol podía estar sujeto a maldición, y así fue.

La mujer, según la tradición, interpretó el significado de la palabra, interpretó la existencia del fruto, y le dió otra connotación, y comió y dio de comer, y así nace nuestra andadura, ajenos al sistema comunicativo de Dios, fuera el que fuera ese sistema y fuese quien fuese Él.

Las lenguas se han extendido por toda la tierra, cada pueblo ha dado a los objetos un sonido y un significado, y con el paso del tiempo hemos visto que la lengua es una herramienta que nos permite estar unidos, que nos permite trabajar mejor, hacer negocios, salvar vidas, llegar más lejos.

Hemos cambiado a lo largo de la Historia nuestra lengua de uso universal, en tiempos pudo ser el latín, hoy día es el inglés, pero todo cuanto hacemos es cambiar solamente la forma de referirnos a los mismos objetos, ¿qué sucedería si tuviéramos que hablar con Dios de verdad? No conocemos los objetos de su realidad, no conocemos ni experimentamos su percepción del tiempo, si una cultura pudiera viajar en el tiempo ¿no afectaría eso a la forma de estructurar su lengua? ¿Cómo haríamos para traducir entonces y conseguir una comunicación exitosa?

Quizás he subido muy alto el listón al hablar de Dios, quizás sea porque le asocio con los alienígenas, un buen ejemplo de todo lo dicho aquí se podría ver en la película La llegada, un film que lejos de caer en el tópico de los problemas con los aliens que llegan y nos descubren que no estamos solos, o que nos quieren destruir, se centra en un problema mucho más acuciante y real, el problema comunicativo. 

El debate está servido, algunos creen que las barreras son insalvables, que no será posible comunicarse con una especie, que como la retratada en la película, puede viajar más rápido que la luz, que no poseen forma humana, que no se comunican con un sistema ligeramente similar y que a la vista de todo esto podemos imaginar que viven en un mundo y sociedad tan distintos a nuestra realidad que no podríamos casi ni hacer entender al alien lo que es una silla.

Pero no empecé hablando de Dios porque sí, Dios es el ejemplo perfecto del ser totalmente ajeno a nuestra realidad con el que se estableció una comunicación, ¿cómo? Se establecieron intereses comunes, cosas que al estar en común pudiéramos nombrarlas y saber a qué nos referíamos, perdón, amor, tierra, salvación, fe, oración, alabanzas, maldiciones… hay un campo en común entre los hombres y Dios, si creamos referencias comunes entre los alienígenas-dios y el hombre es posible crear asociaciones para comenzar el proceso de traducción, bien para aprender nosotros su idioma o ellos el nuestro. Así parece suceder en la película en la que al morir un congénere alienígena se expresa un sentimiento, y es ahí donde surge de alguna manera la universalidad, en los sentimientos, es casi imposible que no exista como mínimo el sentimiento de amor o de odio en ningún ser que exista, ya que la voluntad tiene esa expresión como unidades mínimas, son los átomos de nuestro ser, y a partir de ahí construimos realidades más complejas.

Es fácil no obstante tratar este tema hablando solo de las palabras, de los significados y de las complicaciones culturales, lo realmente difícil y que casi no se toca en la película es el problema de la denotación, ¿cómo aprendemos un lenguaje? Hablar español, inglés, alemán, japonés o euskera es solo saber una secuencia de palabras intercambiables para referirnos a un objeto, pero ¿cómo aprendemos que al decir silla me refiero al objeto en cuestión? Me voy a explicar mejor, ante un alien cuando le señaláramos el objeto y dijéramos “silla”, el alien podría pensar lo siguiente:

– “silla” es el aire que rodea el objeto

– “silla” es la pata que señala el dedo del humano (aunque sea pura casualidad)

– “silla” es el color de la madera

Esta es la verdadera magia de la raza humana, designamos los objetos y todos sabemos a lo que nos referimos, ningún padre enseña a su hijo que silla es una idea del objeto que empieza y acaba en el utensilio que sirve para sentarse y si solo coges una parte ya se debe usar otra palabra. Esta magia pudiera no ser compartida por los aliens, quizás ellos no comprenden el alcance de las palabras, de sus significados y ahí sí que habría un problema, ¿cómo traduciríamos un lenguaje? 

El lenguaje máquina fue creado por los humanos y aunque cambia la forma de interaccionar con la realidad no deja de tenernos como creadores, sabemos cómo trabajar con los ceros y los unos, sabemos lo que quieren decir, porque nosotros se lo dijimos, pero si los aliens tienen un lenguaje diferente, ¿qué haríamos?

La película propone que los aliens consiguen enseñarnos su lenguaje, dan el salto a la vez de lengua y lenguaje, al proponernos que aprendiendo su lengua podemos percibir el tiempo de otra manera, como si de repente pudiéramos ser como Dios y entender el tiempo de forma circular, y ahí comienza la fantasía, se pierde pié con la realidad y ya todo cuadra solo con respecto a la justicia poética de la obra, hermosa no obstante.

La ventaja de hablar con Dios es que él nos hizo tal y como nosotros hicimos a las máquinas, él sabe de qué hablamos porque lo creó todo, la complicación será entendernos con seres con los que no compartamos ninguna referencia.