Me dirijo a la consulta del médico de Veguellina de Órbigo. Llevo dos semanas con síntomas de catarro o gripe, ya he tomado por mi cuenta, paracetamol, jarabe que tenía en casa para la tos, y otro fármaco de los que se compran cuando uno siente los primeros síntomas y no está para ir al médico aún. Después de todo esto, he empeorado, ahora la angina derecha y el oído están dándome señales de alerta, así que he decidido visitar al médico, aunque no he solicitado cita, pero me temo que si no voy hoy, mi cuerpo se puede poner malito.

Llego a la consulta y delante de mí al menos hay seis personas en espera. Dos están bastante perjudicados. Observo que por la puerta de mi médico, no pasa nadie. Pregunto. ¿No hay pacientes para el doctor X? Me contestan que ya se ha jubilado, hace unos veinte días y que todavía no hay nadie sustituyéndole, así que la otra doctora tiene que ver a todos los pacientes, a los suyos y a los de mi doctor. A eso, ese día parece que se le suma que el médico que pasa consulta en Villarejo, está de vacaciones, con lo cual, la buena doctora está viendo a pacientes de otros tres doctores. En un momento determinado, la doctora sale de la consulta y dice que sólo va a ver a los urgentes, que tiene que ir a un par de visitas y además tiene guardia. Yo sigo allí a pesar de que soy la quinta, puede que nos vea a todos, pienso. Detrás de mi llega otro paciente. Al cabo de un rato, vuelve a salir la doctora para decirnos que no va a consultar a más, no puede, la han llamado para una urgencia y luego se va para Benavides. Nos recomienda a los que quedamos que vayamos a urgencias al Centro de Benavides, por la tarde nos verá allí.

Me vuelvo por donde he venido, con mi dolor de oído y garganta, y el desencanto que me ha producido este “quedar tirada”, me hace toser con tristeza. También pienso que la pobre doctora lo lleva claro. Y una angustia comienza a recorrer mi cuerpo, puede que este disgusto hasta me produzca fiebre. Al menos dispongo de vehículo y podré desplazarme por la tarde a Benavides. ¿Pero y si tuviera ochenta años, viviera sola y no dispusiera de dinero para que un taxi me acercara al centro de salud esta tarde? ¿Me quedaría tirada en la cama, hasta que la oscura recogiera los virus junto con mis mortales restos?

¿Dónde está mi médico? Me pregunto indignada. Si la administración sabe que el doctor que había, se va jubilar, debía haber tenido otro médico disponible, al menos un mes antes, para que el titular le confiara directrices y fórmulas efectivas y afectivas en el trato  de los pacientes que se va a encontrar.

En un acceso de tos, me paro en el camino de vuelta a casa y me vuelvo a preguntar cómo es posible, que con la de médicos que se están marchando fuera de España a buscar trabajo, nos dejen así de tirados a los contribuyentes. Y entonces me da la risa, en mi mente se reproduce la siguiente visión: Veo a una joven doctora, perdida en una estación de cualquier ciudad del extranjero, preguntando por la dirección que lleva apuntada. Y me dan ganas de sacarla de mi imaginación y decirle:

-Ven aquí bonita. Ésta es tu consulta. Fíjate que me andaba preguntando dónde estaría mi médico, y estabas tan cerca.

¿Tendremos que sacar a nuestro médico de la imaginación?

Regüeldo: La sanidad no cotiza en bolsa, sin embargo, el virus de la codicia de algunos políticos, está al alza. ¡Salud divino tesoro no te vayas hasta que la muerte nos separa!

Manuela Bodas Puente – Veguellina de Órbigo.