Quiero comenzar mi intervención con un agradecimiento sentido a todos ustedes, a todos los que asistís a esta fiesta de conmemoración del 38 aniversario de nuestra ley de leyes, de nuestra Constitución, que una vez más y en un ejercicio de responsabilidad pero también en un profundo sentimiento de lealtad, respeto y adhesión, León y los leoneses conmemoramos a través de este acto institucional.
E Igualmente y en particular, un agradecimiento muy especial a nuestro querido e ilustre ponente, Fernando Rey, Catedrático de Derecho Constitucional.
Un agradecimiento sincero por partida doble. Primero, por el esfuerzo que ha realizado a pesar de sus importantes obligaciones que, como Consejero de Educación tenía en el día de hoy, las que, por cierto y vaya por delante mi felicitación, ha salvado con matrícula de honor la educación en Castilla y León.
Y, en segundo lugar, por hacernos el honor de poder contar en un día tan señalado como hoy con uno de los expertos de mayor prestigio internacional en Derecho Constitucional que tenemos en España ofreciéndonos una ponencia con un título tan sugerente como `La Constitución y sus enemigos´.
Un año más, como cada 6 de diciembre, los leoneses conmemoramos el aniversario de nuestra Constitución.
Una conmemoración que trasciende en homenaje a aquella decidida voluntad del pueblo español de iniciar un tiempo de libertad, concordia y prosperidad que se ha prolongado hasta nuestros días para dar lugar al periodo de mayor estabilidad y bienestar en la historia de nuestro país.
Sin embargo, la Constitución cumple 38 años en tiempos en los que el relativismo se extiende y algunos cuestionan y pervierten el significado del sujeto depositario de la soberanía nacional, la nación española, de la que emana nuestra Constitución y, por ende, los poderes del estado y nuestro ordenamiento jurídico.
La nación española es una realidad que ya quedó plasmada en los orígenes del constitucionalismo europeo y español.
En una Cádiz sitiada, se debatía y aprobaba en 1812 la primera Constitución de España hecha por y para los españoles.
En ella, su Título Primero, “De la Nación Española y de los Españoles”, afirmaba que la soberanía radicaba en la nación, y definida ésta como “la reunión de los españoles de ambos hemisferios”.
Una definición exactamente igual a como entendían este término los padres de la Constitución Norteamericana o los revolucionarios franceses, y aun plenamente vigente hoy en día en los países desarrollados.
Una definición moderna y amplia de la que emergían las estructuras y poderes del estado, así como las normas fundamentales a las que todos estaban sujetos, exactamente igual que en la Constitución del 78.
Por tanto, no es casualidad que en la redacción del articulado de nuestra Constitución, al igual que en aquella de 1812, la única nación reflejada sea la española.
Una nación, compuesta por la suma de todos los españoles, que, tanto ayer como hoy, es única e indivisible, siendo la única depositaria de la soberanía nacional, fuente primaria de legitimidad y con capacidad para decidir sobre lo que es de todos, especialmente, si hablamos de sus principales activos, su soberanía nacional y territorio, y de su principal potestad, la organización del estado.
Así, una cultura específica, una lengua local o costumbres históricas, que por otro lado son totalmente defendibles, respetables y una realidad en muchos territorios, no pueden otorgar a un grupo de personas la capacidad de trocear unilateralmente el poder fundamental de nuestra nación, su soberanía, nuestra soberanía.
Igualmente en estos tiempos, junto con la banalización temeraria del concepto de nación por parte de algunos, también contemplamos ataques y desprecios a la utilidad y validez de la Constitución de 1978.
Y aquí voy a retornar de nuevo a la Constitución de Cádiz de 1812, a lo que allí se debatió y a lo que posteriormente pasó.
En el albor del constitucionalismo español, además de erigirse la nación española como depositaria de la soberanía nacional, ya se hablaba de conceptos vigentes hoy día como `parlamentarismo´, `separación de poderes´ o `sufragio universal´, al igual que se hacía en las sociedades extranjeras más avanzadas de la época.
Sin embargo, estos ideales estuvieron poco tiempo en vigencia. Todos sabemos cómo transcurrieron los dos siguientes siglos en España, siempre bajo la amenaza de guerras civiles y dictaduras, de cambios de régimen, de hacer y deshacer constituciones,…
Procesos y acontecimientos alejados de la estabilidad y que evitaban el progreso económico de España y la hundían en el estancamiento social y político.
Un estancamiento que perduró hasta la llegada de la Constitución de 1978. Más de siglo y medio después de que se debatieran por primera vez en España estos conceptos de profunda raíz democrática, fue cuando entraron en vigor y obtuvimos los progresos económicos y sociales de los que hoy disfrutamos.
Debemos ser conscientes, por tanto, de la importancia y dificultad de lo logrado en el 78 y enorgullecernos de nuestra Constitución y de su contribución al bienestar y libertad de los españoles.
No debemos caer en el error de permanecer impasibles antes quienes intentan erosionar y derribar el edificio que tanto tiempo tardamos en construir y que nos ha permitido alcanzar la madurez social y el desarrollo económico durante tantos siglos anhelado.
Es ahora, como en aquellos tiempos de la Transición, cuando más debemos exigirnos permanecer en el espíritu del diálogo, del acuerdo, del entendimiento, del consenso.
Y concluyo, con una apelación a la responsabilidad de quienes frivolizan con algo tan serio como la soberanía nacional… Concluyo, proclamando mi compromiso activo, que creo compartido por todos los leoneses, con la defensa de la integridad de la nación y su soberanía, y del ordenamiento jurídico de nuestro Estado, base fundamental de la igualdad de todos los españoles.